Que una película se rehaga apenas 5 años después de su estreno es algo que supera lo anecdótico. La versión de Hulk de Ang Lee (2003) se salió excesivamente de las expectativas cuando, paradójicamente, eso era justo lo que se pretendía al poner al realizador de Sentido y Sensibilidad y Tigre y Dragón tras la cámara. Posiblemente con esta última y sus coreografiadas peleas ingrávidas algún productor se las dio de visionario para ponerle a manejar la claqueta, pero al comprobar cómo la cuenta de ingresos quedaba menos abultada de lo que dictaba su ambición, se le pasó la vena poética.
Su problema para conectar con la audiencia se explicaba por un público que esperaba golpes y explosiones desde el minuto uno, lo cual parecía justo para una adaptación de cómic en que el protagonista era la imagen misma de la fuerza bruta. En su lugar, Ang Lee sentaba a Eric Bana en el diván y jugaba con el tiempo para hacerle explotar en contadas ocasiones y solo al final dar el videojuego ‘destroy’ que esperaban ansiosos los productores/espectadores viscerales. Y por tanto aunque la cinta hiciera gala de una sobriedad y contención respetable para quien fuera capaz de entenderla, esa parte importante de su público natural se adormecía o blasfemaba guturalmente con la misma naturalidad con la que aplaudían, tiempo después, las cuchilladas que Sam Raimi asestaba al Hombre Araña en la bochornosa Spiderman 3. Para qué engañarse, puntúa más una acumulación esquizofrénica de escenas sin sentido y banda sonora señalizando el momento del aplauso, que una obra con personalidad propia. Cosas del cine.
Visto lo visto, con esta versión había que enmendar el error. El anterior Hulk no llegó a ser un fiasco económico pero podía explotarse mucho más –verdadero objetivo del cine–, aun cuando fuera a costa de la verdadera autoría. Para ello nada mejor que un director de escasa experiencia y moldeable a gusto de producción, más si en su currículum ya se había dedicado a la acción más explícita. Y fue así como Louis Leterrier, lacayo de Luc Besson que con Transporter 2 y Danny The Dog demostraba sus cualidades, se puso al frente del proyecto.
No obstante, El Increíble Hulk no resulta el despropósito que con estos indicios un agorero podría pronosticar. Un repertorio de escenas aceleradas y explosivas lo suficientemente estudiadas para que su ritmo no decaiga, y una estructura acomodada en lo que toda presentación de un héroe propone, son misiones abordadas con solvencia por el texto de Zak Penn. Este demuestra su larga experiencia con grandes nombres del cómic (con resultados muy desiguales: X2, X Men la decisión final, Electra y Los 4 fantásticos dan buena cuenta de ello) y algo de la habilidad con la que se inició en esto de escribir guiones con el que Arnold Schwarzenegger describió como “el mejor que nunca le había llegado a las manos” (Last Action Hero, 1993; que cada cual juzgue la afirmación a su gusto).
El resultado aprueba holgadamente sin alcanzar cotas despreciadas de antemano de hacer algo genuino. Persecuciones espídicas al más puro estilo ‘Ultimátum de Bourne’, batallas ‘Hulk contra todos’ explotando despliegue infográfico (con el monstruo verde luciendo un aspecto extremadamente pulido) se acompañan del inevitable romance exaltado en que Liv Tyler vuelve a ejercer de enamorada histriónica que moriría por sus hormonas, y en que Edward Norton cumple a medio gas y sin apenas despeinarse.
A pesar de sus aciertos, de la correcta elaboración de personajes y una sesión de golpes estudiada para satisfacer a los inquietos, lo mejor aguarda en su última secuencia a modo de injerto. Los hay grandes por tamaño, y muy grandes por su sola presencia.