En la cerebral carrera cinematográfica que Nicole Kidman está llevando a cabo, en la que se alterna meticulosamente los éxitos de taquilla (Invasión, La brújula dorada) con pequeñas películas que labren el prestigio dramático y profesional de la estrella, nos llega esta Margot y la boda, pieza casi teatral, casi literaria, retrato espontáneo de una familia norteamericana actual, cuyas disfuncionalidades pretenden ser espejo de la confusa sociedad contemporánea.
Margot (Nicole Kidman) es una afamada escritora de relatos breves que reside en Manhattan. Acude a la llamada de su hermana Pauline (Jennifer Lason Leigh) ante la inminente boda que ésta va a celebrar con Malcolm (Jack Black) en la casa materna de ambas. Margot lleva a su hijo Claude, pre-adolescente que asiste al descubrimiento del mundo con la confusa ayuda de su madre. Pauline, de carácter más apocado y convencional, pronto se ve de nuevo alterada por la presencia, actitudes y opiniones de Margot, sacando a flote desavenencias y conflictos familiares que nunca han dejado de estar latentes y que han forjado el inestable carácter de ambas.
Las elecciones de la Kidman para estos trabajos de prestigio nunca son al azar. El potente guión de Noah Baumbach es un desangelado retrato familiar al modo de su anterior película Una historia de Brooklyn (2005) con la que ésta tiene muchísimos puntos en común. Baumbach tiene un oído finísimo para dejar entrever en las frases de sus personajes la punta del iceberg de los problemas que les acucian. Como realizador, la acertada elección de la cámara al hombro como principal recurso narrativo le ayuda a ofrecer el inestable retrato que sus diálogos van tejiendo. El riesgo de contar con Jack Black para uno de los personajes está justificado pues el humor no es ajeno al mundo del guionista y director, también autor del guión en la extraña e hilarante Life Aquatic (Wes Anderson, 2004).
Si bien el número de momentos dramáticos está sopesado con otros más livianos, casi siempre relativos al personaje de Black, la cinta deja una sensación amarga a lo largo de todo el metraje. Su mayor defecto está en la falta de liviandad de todo cuanto sucede, ya que cada acto de cada personaje proviene de un conflicto sin resolver en el pasado y deviene en otro de dimensiones no menos intensas en el presente. Aunque se trata de una película para el lucimiento de los actores, la intensidad que se ven obligados a poner en cada secuencia lastra la eficacia y credibilidad de la historia narrada.