Como casi todo el mundo sabe a estas alturas, esta película es un remake o, mejor dicho, una copia exacta de la que el director ya rodó con el mismo nombre en 1997 y con la que se hizo conocido en ámbitos más alejados de su Alemania natal. En esta ocasión la producción es norteamericana, en esa costumbre de la industria de allí de repetir filmes de otras nacionalidades con su propio star-system y potencia comercial. Y esto, ¿para qué? ¿es rentable? Pues sí. En Estados Unidos apenas se ve cine europeo, así que allí la cinta es prácticamente inédita y aquí, los que han visto la original también ven la norteamericana, aunque sólo sea para presumir de cinefilia. Un negocio redondo.
Rentabilidades aparte, lo digno de elogio en Michael Haneke es la extraordinaria vigencia crítica que sigue teniendo su film diez años después del estreno de su original. Porque, como su propio nombre indica, Funny games no es otra cosa que un malévolo y divertido juego del cineasta, no sólo con los parámetros del género del psicokiller, sino hacia los espectadores que asisten a la proyección. En un primer nivel de visionado, asistimos a la historia de dos jóvenes asesinos que rompen todas las convenciones del género: son extremadamente refinados, guapos, limpios, muy inteligentes, visten de manera impoluta, sólo responden con violencia a la violencia de sus víctimas y no dan ni una sola explicación de los motivos de su criminal comportamiento. Chapeau. El espectador no tiene ni una sola pista acerca de cómo ni por qué tiene odiar a estos caballeros del crimen.
Pero ahí no queda todo. En un par de ocasiones uno de los asesinos, siempre el mismo, mira directamente a cámara y habla con el espectador. Es entonces cuando Haneke transforma su historia en una meta-narración, apareciendo un segundo nivel de visionado. El director nos pregunta: ¿porqué estás sufriendo si sabes que ésto es sólo una ficción? ¿porqué te dejas manipular por unas imágenes? ¿sientes miedo, odio, deseo de venganza? ¿hasta dónde ha llegado tu debilidad que eres tan fácil de controlar?
Porque lo que Haneke no ha dejado de proponer durante estos últimos diez años a lo largo de su filmografía es la decadencia de una sociedad burguesa atenazada por sus miedos, soberbias y prejuicios, y manipulada por las organizaciones que ella misma ha construido. Haneke se pregunta, nos pregunta: ¿y si se acaba este mundito cómodo que hemos construido? ¿y si no nos funciona el móvil para pedir ayuda? ¿y si tuviésemos que volver a un tiempo en el que lo que creemos que tiene valor sólo son criterios y artefactos inútiles? Repasad el diálogo en la barca de los dos jóvenes criminales. Repasad El tiempo del lobo (2003) y Caché (2005). Y echaros a temblar.