Cuatro años después de aquella descacharrante Dos colgaos muy fumaos (Danny Leiner, 2004) nos llega su secuela, en esta ocasión dirigida y guionizada al alimón por Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg, quienes ya firmaran el libreto en aquella primera aventura vivida por Harold Lee (John Cho) y Kumar Patel (Kal Penn, secundario habitual de la cuarta temporada de House).
Si en su predecesora los protagonistas iban dando tumbos por las cercanías de su barrio en busca de algo de comida tras un colocón de marihuana, ahora había que ampliar la zona donde se movieran. De ahí que en un principio los encontremos apenas unas horas tras la conclusión de la primera película, viajando hacia Ámsterdam para reunirse con la novia de uno de ellos. Sin embargo, sus rasgos faciales (coreanos e indios, respectivamente) y su manifiesta imbecilidad se combinarán para conseguir que les arresten y les envíen como presuntos terroristas a la prisión de Guantánamo, donde rápidamente se convencerán de la necesidad de escapar.
Llegados a este punto cabría cuestionarse si es posible frivolizar con una situación tan peliaguda (sobre todo de la mano de unos fumetas tan sumamente descerebrados) y cumplir la papeleta con éxito, pero lo cierto es que superados los temores iniciales y entregados a la sucesión de logrados gags que van encadenándose a continuación, la proyección acaba por convertirse en un digno botón de muestra de cómo hacer comedias entretenidas sin coartarse en lo que a lo políticamente incorrecto respecta.
Pese a su título, la cuestión de la fuga se solventa con rapidez e ingenio, y a partir de ahí es complicado predecir dónde va a llevarnos el alocado guión. Se suceden toda una serie de situaciones divertidas en muy diversos contextos, con un buen número de secundarios (de nuevo hay un alucinado cameo de Neil Patrick Harris, quien saltara la fama con Un médico precoz y recientemente haya vuelto a dar en el blanco con Cómo conocí a vuestra madre). Básicamente la cinta va encadenando idioteces, pero de una brillantez que uno no se espera si está acostumbrado a productos aparentemente similares a este. Aquí hay un trabajo de guión, gracia en los chistes, un ritmo endiablado y un tono bien logrado que permite pasar un rato más que agradable.
A destacar el ácido retrato que se hace de la paranoia “post 11 de septiembre” en la sociedad americana (el agente del FBI que va detrás de los protagonistas no tiene desperdicio), así como de tantos tópicos racistas que pronto caen por su propio peso. Y, por encima de todo, sigue pareciendo increíble que la producción en bloque vuelva a ser una apología de las drogas que se ha colado en las carteleras de todo el mundo. Es indudable que con la excusa de hacer una comedia Hurwitz y Schlossberg le han metido un buen gol al establishment.