A veces es en el tono ligero donde puede percibirse lo mejor de un autor. Es al menos lo que ocurre en este caso
De todas las realizaciones del cineasta surcoreano Park Chan-wook hasta la fecha, sin duda las que han hecho de él un nombre conocido en Occidente han sido las constituyentes de la llamada trilogía de la venganza: Sympathy for Mr. Vengeance, Oldboy (2003) y Sympathy for Lady Vengeance (2005). Tres películas adscritas al género criminal, con enormes dosis de melodrama y esteticismo, que nunca nos han terminado de convencer pese al culto que sobre todo Oldboy disfruta en nuestro país. Demasiada histeria, demasiada autoconciencia creativa, demasiadas arbitrariedad y trascendencia impostada sin compensar con un discurso trabajado.
Lo mejor de las películas citadas, esos personajes atrapados en sí mismos que buscan a ciegas la redención mientras la fatalidad sigue sus pasos, está en Soy un cyborg, aunque la envoltura genérica ha dado un giro de ciento ochenta grados. Quizás porque, como ha señalado Álvaro Peña, Chan-wook abandonaba así un callejón sin salida de reflexiones ya agotadas. Nos hallamos pues ante una comedia que podríamos definir coloquialmente como “marciana”, protagonizada por dos pacientes de un psiquiátrico: una joven esquizofrénica que se cree un cyborg de combate y que por tanto confía en alimentarse con electricidad y no con comida, y un cleptómano que piensa tiene la habilidad de robar personalidades ajenas.
En torno a ellos se mueve toda una serie de personajes pintorescos que viven una extraña y en ocasiones melancólica fábula sobre el angst juvenil, las paradojas de la desmemoria, los peligros de reinventar la identidad y el poder de la imaginación frente a una realidad implacable. El meticuloso trabajo de ambientación y fotografía (la película está filmada en alta definición) contribuye a la creación de una atmósfera onírica, irreal, al borde de lo preciosista; pero no faltan escenas inquietantes e incluso de gran violencia que delatan la tormenta que sacude especialmente a los protagonistas, al borde siempre del abismo.
Es posible, con todo, que la película no vuele demasiado alto, que se quede en la simple extravagancia y que induzca al aburrimiento a quien no entre desde el principio en su planteamiento. Pero uno cree que no siempre la apariencia de contundencia y seriedad equivale a un mayor logro, y que a veces es en el tono ligero donde puede percibirse lo mejor de un autor. Es al menos lo que ocurre en este caso, pues con su carácter asumido de película menor, quizás de transición, Soy un Cyborg nos ha resultado bastante más interesante que la mitificada Oldboy. Misterios de la percepción…