La película no consiste más que en un juego de gato y ratones, que no insulta demasiado la inteligencia del espectador pero tampoco resulta un prodigio de inventiva
Como en años anteriores Man Thing, Aullidos o White Noise 2: La Luz, Hellion, el ángel caído es uno de esos subproductos terroríficos típicos del mes de agosto que probablemente sólo se estrenan porque así se pueden vender luego más caros sus derechos a las televisiones, y cuyos responsables ni siquiera esperan que nadie pague por ver en el cine.
Si aun así alguien está tan desorientado o desesperado como para pasar por taquilla, tranquilo; siempre que no esté buscando un reemplazo a The Dark Knight o En la ciudad de Sylvia, pasará un rato no demasiado irritante. Escrita y dirigida respectivamente por unos tales Chris Borrelli y Stewart Hendler (de referencias previas ignotas), y protagonizada por dos actores televisivos más bien lamentables, Josh Holloway (Perdidos) y Sarah Wayne Callies (Prison Break), Hellion basa toda su eficacia en una propuesta argumental apenas desarrollada pero tan atractiva como para hacer llevadero casi todo su metraje: ¿Qué pasaría si aquel pequeño Satán, Damien, protagonista de la saga de La Profecía, fuera secuestrado el día de su octavo cumpleaños? ¿No sería un error muy grave por parte de sus captores, que prometiéndoselas muy felices pensando en el rescate que iba a pagar la adinerada familia del niño se estarían llevando a su escondrijo al mismísimo Anticristo, ansioso por disfrutar de la situación a su manera?
Si cambiamos el nombre de Damien por el de David (interpretado por Blake Woodruff), esa es exactamente la historia de Hellion. El pequeño monstruo manipulará malignamente a sus cuatro captores, enfrentándolos entre ellos y haciéndolos sucumbir uno tras otro… Salvo por una sorpresa cerca del final que resulta coherente con lo que se nos estaba contando, y unos minutos postreros un tanto confusos, la película no consiste más que en ese juego de gato y ratones, que no insulta demasiado la inteligencia del espectador pero tampoco resulta un prodigio ni de inventiva ni de lecturas.
Hay, por otra parte, un problema del que hay que abstraerse, y es que no se entiende muy bien que el Anticristo se haya limitado durante ocho años a fastidiar a su madre, y su secuestro y consecuencias últimas sigan sin aclarar qué buscaba en este mundo. Pero, ¿qué le vamos a pedir a una película cuyo diálogo más profundo reza, “¿Cariño, somos malos?” “No lo creo, cielo, Los Diez Mandamientos no se referían para nada al secuestro”?
La fotografía de Dean Cundey y la asesoría visual del incombustible Patrick Lussier garantizan un acabado formal correcto, y las localizaciones invernales donde transcurre la acción hacen el resto. Muy poco, la verdad sea dicha. ¡Así es agosto en la cartelera!