Santi, un adolescente barcelonés que padece una extraña alergia a la luz solar, se ve obligado a mudarse junto a su madre a un pueblo perdido en mitad de un valle, ya que allí hay menos horas diarias de sol que pongan en peligro su delicada salud. Sin embargo, lo que podría haber sido un nuevo comienzo para un chico que no era demasiado popular en el instituto al que acudía, acabará transformándose en una pesadilla cuando en la zona a la que se han mudado empiecen a cometerse una serie de brutales asesinatos, ya que a los ojos de la policía y de sus vecinos todo apunta a que el joven protagonista está implicado en los mismos.
La idea original de Eskalofrío parte de David Muñoz y Antonio Trashorras (El espinazo del diablo), para luego ser modelada por cuatro guionistas, entre los cuales se encuentra el propio director de la película, Isidro Ortiz, miembro de La Fura dels Baus y responsable antes de ésta de dos cintas más, la sorprendente Fausto 5.0 (2001) y la fallida Somne (2005). A estas alturas ha quedado constatado que los resultados finales que nos ofrece Ortiz en cada nueva obra dependen bastante del material escrito del que se parta, y en este caso se nota que hay un trabajo firme de guión tras haber sido elaborado cuidadosamente por cuatro manos (contrariamente a la maquinaria de Hollywood, donde cada nuevo implicado hace degenerar aún más el producto resultante).
Ante todo hay que destacar que la cinta está construida de un modo bastante compacto, ofreciendo una historia donde se mezcla parte de leyenda urbana y parte de la crónica negra que suele aparecer en los medios de comunicación más morbosos. El terror y los sustos se dosifican acertadamente para no acabar saturando al espectador, apostándose por la creación de atmósferas inquietantes que mantienen un desasosiego casi constante, rematado por unas cuantas escenas donde tiene lugar el enfrentamiento directo con el elemento terrorífico que justifica este film.
La realización de Isidro Ortiz tiene bastantes logros, consiguiendo que su labor no entorpezca por exceso o por defecto (aunque tal vez resulten bastante gratuitas esas escenas que vemos a través de una cámara que transportan los personajes, casi sacada de El proyecto de la bruja de Blair). Al final obtenemos una producción muy correcta, que turba cuando tiene que hacerlo y crea una sólida historia dentro del género de terror hecho en nuestro país, aunque sin apartarse en exceso de los tópicos ya vistos en otras obras similares. Se podrían analizar con detenimiento algunos de sus errores –trampas con el momento del día en que suceden ciertas escenas, casualidades demasiado forzadas, la torpe figura del policía que investiga el caso, la necesidad o no de incluir el elemento cómico que supone el personaje de Jimmy Barnatán–, pero en general el resultado es satisfactorio.