La cinta del experimentado dramaturgo pero cineasta primerizo Martin McDormagh es una mezcla de géneros acertada. Unir la comedia y el thriller no es fácil y el público, alimentado por cientos de horas de televisión, cine e Internet, reclama alicientes que le sorprendan. McDormagh une los géneros sin que chirrien las bisagras gracias a una mezcla de ingredientes probados: situar a dos personajes en un contexto emocional y vital que no tiene nada que ver con ellos.
La comedia viene servida por dos matones que podrían pasar por padre e hijo en la misma habitación de un hotel en una de las ciudades turísticas más famosas de Europa. En este segmento de la película, la distinción frente a otras comedias de antagonistas en situaciones cotidianas viene dada por la finura del humor del director y guionista. Los gags son inteligentes, basados en los diálogos más que en la acción y además de divertir retratan los perfiles de los personajes con sumo cuidado. El tiempo narrativo es premeditadamente pausado ayudando a comprender la situación anómala en la que se encuentran.
Ken es un asesino al final de su carrera que se toma la visita con tranquilidad veterana. Ray es joven, inseguro y nervioso y no encuentra aliciente alguno en el turismo. Ray ha cometido un error en su último trabajo cuyo remordimiento no le deja en paz. Al descubrir en la ciudad el rodaje de una película de arte y ensayo en la que participa un actor enano y una atractiva joven, Ray se anima. La llamada de Harry es la llave que abre la narración hacia otro género mas oscuro. El thriller aparece cuando ambos descubren la verdadera razón de su estancia allí.
Paulatinamente el ritmo de la historia se acelera y oscurece. Desaparece la comedia y los asesinos vuelven a encarnar sus profesiones. La luminosa y turística Brujas se torna en una ciudad sombría y gótica, con un trasfondo de criminalidad en el que las turbulentas vidas de Ken y Ray encuentran un escenario perfecto para expiar sus errores. Como dice Harry, jefe de ambos encarnado por Fiennes, “si se sigue un código de honor, hay que seguirlo hasta el final”. McDormagh se lo aplica y cuando toca género negro cumple a rajatabla los parámetros establecidos en cuanto a temática, acción y desencanto vital.
La maquinaria trazada por el director no hubiera funcionado tan certera sin la soberbia interpretación de sus tres actores irlandeses. De Gleeson y Fiennes es ahondar en lo que ya sabemos acerca de sus impecables carreras. La sorpresa la proporciona Farrell, que hace un alarde de condiciones en un personaje con dos caras que entiende impecablemente. También es destacable la banda sonora de Carter Burwell con ingredientes medievales acordes al contexto geográfico. Una mención especial a Brujas y sus responsables (cuyo recorrido en la película es ya ofrecido por agencias de viaje) que mantuvieron la decoración navideña hasta marzo para favorecer el rodaje.