¿Tiene algún sentido estrenar una película de hace tres años y de una mediocridad tan aplastante?
Actriz, escritora, compositora, dramaturga… Nada parece resistírsele a la francesa Coline Serreau, una “artista multidisciplinar” llena de recursos. Claro que, al menos en lo que respecta a sus facetas como guionista y realizadora, podría decirse aquello de que quien mucho abarca... Serreau es el típico caso, del que en nuestro país tampoco faltan ejemplos, de personalidad criada en un entorno cultural privilegiado —su padre es actor y director teatral, su madre escritora—, por lo que parece haberse podido permitir tocar los palos que le ha apetecido sin que nadie le discutiera sus talentos para ello. Y siempre en un marco de doctrinas políticamente correctas, progresistas, que ha garantizado a sus películas ese éxito popular que proviene de tratar “temas de candente actualidad” con las dosis justas de crítica.
Después de Tres solteros y un biberón (1985), Mamá, hay un hombre blanco en tu cama (1989), La crisis (1993), Caos (2001) y Tres solteros y un biberón: 18 años después (2003), Serreau insiste en retratar las miserias de la clase media y el desconcierto sociopolítico del presente con Peregrinos, una agridulce comedia coral en torno a tres hermanos muy mal avenidos que, si quieren cobrar la herencia de su madre recién fallecida, han de recorrer juntos el Camino de Santiago, lo que se disponen a hacer en compañía de otros cinco peregrinos y un guía.
Lo primero que cabría preguntarse es si valía la pena estrenar esta película, teniendo en cuenta que ha pasado tanto tiempo desde su realización (¡tres años!) que a Serreau le ha dado tiempo a completar su participación en otra posterior, Dix films pour en parler (2007), compuesta por diez episodios de otros tantos directores. La única explicación que se nos ocurre para justificar el disparate de un estreno tan tardío y en mitad de agosto, es que la distribuidora haya estimado con casposo criterio que las localizaciones y época propias de la ruta jacobea incitarán a algún nostálgico a pasar por taquilla.
Si es así, lo lamentará. Peregrinos es una de esas bufonadas frenéticas y superficiales a las que tan adeptos son el cine galo y Serreau, quien se limita a esbozar muchos temas graves para no calar en ninguno, prefiriendo primar la supuesta comicidad de un reparto entregado a un agotador repertorio de chillidos, muecas y venas sobresalientes. Que por la ficción desfilen adolescentes que no saben muy bien si acuden a Santiago o a La Meca, profesoras de secundaria que han perdido de vista el sentido de su profesión, yuppies infelices, alcohólicos sin remisión y enfermas de cáncer deja al espectador absolutamente frío, fuesen cuales fuesen los propósitos de Serreau, a la vista de su nula capacidad para ofrecer algo trabajado o siquiera novedoso en relación con las citadas problemáticas, esbozadas y rematadas en un estilo uniformemente caricaturesco.
Unas escenas oníricas ridículas, y unos minutos postreros de un optimismo irreal y precipitado, terminan por conformar un producto irritante, representativo de esa ideología abúlica y enrollada contra la que se rebelaba Tyler Durden (El Club de la Lucha) por su falsedad intrínseca. Pobre de quien halle en Peregrinos —y en tantas otras cintas por el estilo— un mensaje digno de ser atendido o una emoción compartible.