El día que la veinteañera Sophie (Amanda Seyfried) decide casarse en la idílica isla griega en la que vive, se enfrenta al problema de conocer a su verdadero padre. Según el diario de su madre (Meryl Streep), en los días cercanos a su concepción mantuvo relaciones con tres hombres distintos, lo que le impide saber a ciencia cierta cual es el verdadero. Dispuesta a tener la boda perfecta cueste lo que cueste, invita a escondidas a todos ellos (Pierce Brosnan, Colin Firth, Stellan Skarsgard) con la esperanza de discernir la verdad antes de la ceremonia.
Si el género musical había encontrado una revitalización en el cine gracias a propuestas como Chicago (2002), heredera de las coreografías del extraordinario Bob Fosse, o con Moulin Rouge! (2001), brillante ejercicio visual que tuvo la virtud de unir con acierto música pop, estrellas de Hollywood y ópera, en los últimos años no ha tenido la continuidad esperada.
Lo que sí ha funcionado, sobre todo en teatros, han sido los musicales estrenados que han seguido el formato de encontrar un hilo temático alrededor de las canciones de un determinado grupo (Abba, Queen, Mecano…) para pergeñar un mínimo libreto que lleve al público que hoy ronda la cuarentena a las salas. La generación amamantada en lo audiovisual (cine, ordenador, televisión) se veía así sorprendida moviendo los pies sobre las tablas teatrales, en un medio al que es naturalmente reacia, debido a las dificultades que hay en éste para ofrecer un espectáculo que satisfaga la velocidad a la que están acostumbrados estos estómagos.
Mamma mia! es uno de estos productos. Si teatralmente ya presentaba carencias notables que casi se han convertido en virtudes, en el cine el resultado es similar. La película no es otra cosa que la celebración de la existencia de una serie de canciones conocidas por casi todo el mundo y, esta vez, interpretadas en un paisaje y situación idílicos y por actores archiconocidos. No hay nada más, ni tampoco pretende haberlo, y probablemente esa sea la mayor de sus virtudes. Si los más puristas se preguntan como actores de la talla de Streep, Brosnan o Skargard se embarcan en este proyecto, que se pregunten si no les gustaría pasar un mesecito en una isla del mediterráneo con los gastos pagados grabando un musical con otros compañeros de profesión. La juerga tuvo que ser fina y la excusa, perfecta.
Por lo demás, el encargo está resuelto con cierta torpeza técnica. La dirección a cargo de Phyllida Lloyd, una directora de escena de ópera y teatro, es espesa. El musical bien resuelto requiere de una planificación, vitalidad y estrategia de la puesta en escena que no está al alcance de cualquiera. La iluminación y fotografía son artificialmente falsos en algunos decorados. Las interpretaciones son mínimas y la música, ah, la música… es de Abba.