Lo único relevante de esta película es que demuestra que los franceses pueden ser tan banales y chocarreros como los españoles
El marido de Anne-Marie (Michèle Laroque), un médico malhumorado con el que apenas tenía trato sentimental, fallece en accidente. La flamante viuda cree que ahora podrá disfrutar sin disimulos de su amante, un marino que tampoco es un modelo de comportamiento emocional pero que al menos le proporciona orgasmos. Pero Anne-Marie no contaba con la intromisión de sus familiares, que se instalan en su casa porque creen que así contribuirán a que supere una pena que no siente en absoluto, y que la impiden con sus desvelos y censuras rehacer su vida.
Como ha señalado Roberto Piorno, ya resulta pertinente calificar de inadmisible la ausencia en nuestras carteleras de tanto cine internacional —y más en concreto francés— de calidad y aspiraciones rupturistas, como el que representan Olivier Assayas y Nicholas Klotz, mientras proliferan en cambio títulos tan adocenados que si fuesen españoles no les prestaría uno la menor atención. Después de haber aprendido a eludir cuidadosamente el hatajo de comedias zafias y dramas cuasitelevisivos que constituyen el grueso de lo gestado por estos lares, el espectador se lleva la sorpresa de comprobar que las distribuidoras nos traen del país vecino exactamente el mismo tipo de productos, que para colmo copan unas salas de versión original subtitulada a las que estamos perdiendo el respeto ganado con justicia durante años.
Por fin viuda es tan banal como la primera película de Isabelle Mergault, Eres muy guapo, y si cabe más autocomplaciente en su exhibición de costumbrismo chocarrero y comicidad revenida. Y no se trata de que uno sea adepto o no a esos registros y, por tanto, sólo quepa recomendar o disuadir al lector de pasar por taquilla en función de los gustos de cada cual. Es que aspirando además Mergault, aun en tono ligero, a tratar de modo reivindicativo asuntos como la emancipación femenina o las hipocresías familiares y sociales, cualquier conclusión al respecto queda varada en las profundidades de un océano dramático y formal increíblemente estancado.
Una de dos: O Mergault todavía no ha descubierto que en el cine (como en la vida) no se pueden abordar cuestiones de peso intentando complacer las expectativas de quienes te atienden o, si lo sabe, está jugando a dos barajas para llevárselo todo: los aplausos de un populacho ávido de verse reflejado en pantalla como sensible, gracioso y enrollado para seguir engañándose y engañando a los demás; y los parabienes como artista, por aquello de la enjundia comprometida que se divisa en algún plano de Por fin viuda. Pero esto último, al menos desde aquí, no lo va a obtener. Una comedieta lamentable.