Un asesino a sueldo veterano, aterriza en Bangkok con el objetivo de cumplir cuatro misiones con que dar un buen empujón a su cuenta corriente. En su llegada a la ciudad, nada hace presagiar –salvo el sentido común del espectador experimentado, se entiende– que su sólido mundo está a punto de resquebrajarse, que todo cambiará cuando comience a ceder relegando sus fríos instintos. De esta forma, en el cumplimiento de sus objetivos, las emociones que se había convencido no tenía o que estaban a buen recaudo por el bien de su trabajo, empiezan a ceder ante su cansancio, su apatía o el mero deseo caprichoso de los guionistas tacañamente argumentado.
Originaria de 1999, Bangkok Dangerous suponía ya entonces una escasa aportación al género de los matones a sueldo, un tipo de producto que ha inundado desde la primera línea de los blockbusters hasta productos de serie B con la cansina aspiración de hacernos entender el lado humano de quienes matan por profesión. En este remake realizado por los propios hermanos Pang (si bien en esta ocasión a su guión unen las anodinas dotes de Jason Richman) la poca novedad que podía tener su anterior aportación -centrada suponemos en lo exótico de su escenario- se vuelve mucho más que discreta: superadas las primeras introducciones en voz en off, con los contrastes fríos y forzados buscando abrir camino a la supuesta melancolía gélida del protagonista, es fácil intuir que difícilmente su historia llegará a provocar empatía en ninguno de sus frentes, algo que se confirma después a medida que los secundarios y sus devaneos empiezan a robar minutos a los asesinatos milimétricos y a las escenas de acción al límite del presupuesto medio.
Quizá una propuesta de este calibre, con unos engranajes de recorrido tan limitado, gran parte de su peso debía ser soportada por su protagonista, una labor que aquí recae en alguien con un considerable parecido a la versión del museo de cera de Nicolas Cage. Pero ni el actor al que se parece o una vez fue, con su tradicional capacidad para epatar e implicarse, ni las ayudas de emergencia ofrecidas por su voz en off, pueden hacer mucho cuando éste ha decidido optar por la vía del suicidio interpretativo, cediendo su oficio a una marioneta de caucho e implantes de crin tintada, que supone la plena confirmación de que con tal de abonarse a los estrenos de teenagers de la acción menos exigente (Next, El Motorista Fantasma) deja para siempre la posibilidad de hacer cualquier interpretación seria dando por concluido un excepcional currículum.
Los apasionados de los mercenarios ávidos de metraje para distraer sus neuronas, serán los únicos que encuentren en Bangkok Dangerous una apuesta lo suficientemente digna para perder una tarde entre varias películas. El resto en poco tiempo no recordarán mucho más de ella que el brillo alcanforado impregnando al que una vez fue uno de los actores más admirados del cine de primera línea.