Julio Medem realizó con "Tierra" su viaje más etéreo, el más cósmico, alejado ya por completo de los pies y del suelo que los sujeta. Una historia en lo que lo secundario es entender las reacciones de ese Ángel doble que encarna Carmelo Gómez, pleno por partida doble.
Lo cardinal aquí es sentir lo que Ángel siente: notar como le arrebata a uno el aire, la tierra naranja, las chinchillas haciendo canalones entre la vid, la luna que nos sigue en la carretera de camino a casa de la caldeada por siempre Mary-Silke, los hombres de blanco fumigando los terrenos en armonía lunar, o comprobar como puedes tocar el rostro de una mujer querida a muchos kilómetros de distancia...
Tierra conforma aparentemente una historia de lo cotidiano; pero Medem, al introducir al personaje cósmico de Ángel, le añade, narrativamente y por sus poderosas imágenes, un tratamiento de cine fantástico -no me refiero a naves espaciales sino a lo alejado de lo "real"- que reviste la obra de un indudable golpe, de forma auténtica y personal, un feliz y luminoso revés para los sentidos.