Un motivo nuevo para hablar de esa cosa llamada industria española del cine, enfermo crónico al que nadie atiende ni entiende pero que entre tos y tos, nos regala algunas joyas que ya quisieran otras filmografías de riñón forrado. La calidad del cartel y el apellido exótico del protagonista despista a los menos precavidos. En el cine se oyó algún comentario contrariado al aparecer el logotipo de la Junta de Comunidades que patrocina el film. Al final, a pesar de haber estado 90 minutos en continua tensión, el veredicto era implacable: “Es española. Qué puedes esperar.”.
Pues podemos esperar la película de un joven cineasta cuyo nombre es aún desconocido a pesar de estrenar su tercer largometraje tras las originales Nómadas y Sobre el arco iris, y de tener detrás un buen historial como cortometrajista y montador. Anegados los medios de comunicación por Almodóvares y Amenábares, la mayoría de nosotros dejamos pasar a esforzados y creativos cineastas que, contando con recursos limitados, consiguen sacar adelante películas eficaces en lo narrativo y técnicamente impecables.
El rey de la montaña repite un modelo de producción que está sirviendo de lanzadera a nuevos cineastas en nuestro país. Son guiones bien construidos, con apenas dos o tres personajes y que se desarrollan en un espacio natural. La dureza de los rodajes en exteriores se compensa con el poco coste del proyecto y la posibilidad de contratar equipos técnicos jóvenes y bien cualificados para que den lo mejor de sí mismos. El presupuesto aportado por la cadena de televisión que corresponda se complementa con el pellizco de la región donde se realiza el rodaje, en pos de una promoción extra a su turismo. Bajo este modelo se han estrenado en los últimos tiempos la fallida Bosque de sombras, ópera prima del cortometrajista Koldo Serra y la excelente Los cronocrímenes, también primer largo del prometedor realizador de cortos Nacho Vigalondo.
Gonzalo López-Gallego nos regala desde detrás de la cámara una historia llena de tensión y suspense psicológico. El guión, original de Javier Gullón reescrito con el propio López-Gallego tras involucrarse en el proyecto, tiene una estructura canónica que funciona sin problemas. López-Gallego, por su parte, hace gala de una selección de recursos que utiliza siempre con singular acierto: cámaras en mano, planos detalle, primerísimos planos, cámara subjetiva, picados y contrapicados… Especial mención merece el excelente diseño de sonido a cargo de Daniel Urdiales, sin duda uno de los baluartes donde se apoya este film en el que apenas hay diálogo. No es casualidad que sea uno de los primeros nombres en aparecer en los títulos iniciales.
El broche al proyecto lo pone la generosidad interpretativa de Leonardo Sbaraglia en un auténtico esfuerzo físico al aparecer en todos y cada uno de los planos de la película y siempre con la misma intensidad interpretativa. Por su parte, María Valverde sabe dotar de complejidad y belleza a su personaje.
El escritor Jorge Luis Borges dictaminó que en las obras narrativas “el misterio es siempre mucho mayor que la resolución del misterio”. Y esta máxima es la que tenemos que anotar como mayor defecto de esta cinta, pues si bien el giro final funciona y sorprende, adolece de una mayor profundidad que hubiera logrado despegar la narración desde la simple aventura a límites más ambiciosos.