Robert Altman crea en Gosford Park una obra coral perfectamente tejida y esbozada con el sutil talento que caracteriza al autor de obras tan variopintas como Nash, el Juego de Hollywood o Vidas Cruzadas.
La composición de este fresco costumbrista teñido de tenues matices de cine de misterio se centra principalmente en la dialéctica entre dos mundos: alta sociedad y servidumbre. Ambos discurren paralelos, aparentemente a años luz unos de otros, pero la linea que separa estos universos se hace difusa e incluso desaparece por momentos. Las diferencias sociales, las vejaciones y humillaciones no son patrimonio exclusivo de la servidumbre, se dan también de forma patética entre la clase adinerada. Es este contexto donde Robert Allman forja principalmente su sátira social más cáustica.
La arrogancia, la apariencia social y la critica destructiva son los impulsos vitales que mueven a estos personajes de la aristocracia inglesa, que de lo acentuado de su carácter parece rozar la ciencia ficción, pero que de toda evidencia, y a pesar de que chirríen a nuestro sentidos, son tan reales como la vida misma.
Robert Altman, sin embargo, no pretende exponer a través de su film una critica política y burda, sino que narra los hechos con naturalidad pasmosa, debiendo ser el espectador quien cree un juicio critico al respecto.
Es la capacidad narrativa, la técnica prodigiosa de dirección, y el alarde pictórico de conocimiento de los espacios, el aspecto mas destacable de la película. También es destacar el excelente reparto de actores, en su mayoría ingleses. Con todo ello consigue dar vida con extremada pulcritud a una comedia coral de dimensión bárbara, mas de 30 actores, que en manos de otro director hubieran supuesto un barullo ininteligible.
Pero el talento de este gran artista del cine moderno para crear retratos multitudinarios y conectar historias paralelas con gran precisión es de sobra conocido por todos, y sin querer quitarle un gramo de merito a sus excelsas virtudes, hemos de decir que la película adolece de una trama que enganche al espectador.
Lo vertiginoso de los diálogos y la sucesión de historias es absolutamente indigerible para una persona con un cociente intelectual medio. Con la excusa de querer dotar de invisibilidad al hilo conductor de la historia, saltando de un dialogo a otro sin presentaciones previas, de una historia a otra sin posibilidad de reflexión, se exige al espectador un esfuerzo propio de un “perito cinematográfico”, obviando lo que el cine tiene por máxima: el disfrute de los sentidos.
Gosford Park, en conclusión, es una obra maestra formalmente, como casi todas las de Robert Allman, pero no llega a cautivar el corazón del espectador, que no se identifica ni con los personajes ni con la trama, dando como resultado una película fría y refinada como la clase social que retrata.