Implantada la democracia y los regímenes económicamente liberales en la mayoría de los países del primer mundo, a los jóvenes criados mediante bollería industrial y televisión no les quedan muchos motivos en los que encauzar su natural tendencia a la protesta y ganas de cambiar el mundo. Aparecen entonces como enemigos las grandes corporaciones, las empresas multinacionales, unos entes difusos y sin rostro cuyo poder no duda en explotar todo tipo de situaciones para obtener una brizna más de beneficio. Desde la deforestación del Amazonas hasta la explotación de niños en el tercer mundo, todo pasa por la culpabilidad de estas desalmadas empresas.
Battle in Seattle fue el ripio con el que los medios bautizaron a los hechos acaecidos en la ciudad norteamericana que supusieron el descorche y punto álgido de las reivindicaciones de los movimientos antiglobalización. Por una vez, la amalgama de gente protestando contra la OMC se unió, desde los poderosos sindicatos de transporte locales hasta los defensores de la vida de las tortugas en la pesca de arrastre, generando un caos organizativo que llevó al fracaso la última ronda de negociaciones de la OMC.
El hasta ahora actor Stuart Townsed firma como guionista, productor y director este habilidoso film que parte de una excelente premisa: mostrar lo que sucedió en Seattle bajo un prisma de puntos de vista. Desde la situación del alcalde de la ciudad (excelente Ray Liotta) hasta los problemas sufridos por la ciudadanía anónima como una dependienta de unos grandes almacenes (Charlize Theron), una periodista que cubre los hechos Connie Nielsen) o uno de los policías antidisturbios (Woody Harrelson), la película recorre cronológicamente los tres días de conflicto mostrando el torbellino de violencia y tensión que se vivió debido al nivel de importancia de la cita de la OMC y la magnitud que alcanzaron las protestas.
Townsed demuestra una inusitada soltura en la realización eligiendo adecuadamente los recursos narrativos para cada uno de los personajes retratados, como la cámara al hombro y teleobjetivo para rodar a los implicados en las revueltas o los primeros planos y travellings circulares en las secuencias que muestran la tensión de los organizadores en sus reuniones a puerta cerrada. Esta elección además le permite integrar imágenes reales de los medios de comunicación que cubrieron los hechos ya que, dada su cercanía en el tiempo, tienen una calidad documental que no desentona con la que se ha pretendido buscar en la cinta.
Todos los personajes retratados son creíbles y están correctamente interpretados, lo que es una virtud en un mosaico tan variopinto como el que se muestra. Lástima que el guión se decante pronto hacia una de las facciones retratadas, la de los altermundistas, dejando de lado puntos de vista tan enriquecedores como el del alcalde de la ciudad o el de los propios integrantes de la reunión del OMC.
Batalla en Seattle señala pero no dispara, esboza pero no dibuja, pecando de los mismos defectos que se acusa a los grupos antiglobalización que retrata, la de cierta dispersión de ideas. La frase de uno de los líderes de la protesta lo resume: La mayoría de los que están aquí hace unos días no sabian lo que era la OMC. Ahora tampoco, pero saben que es malo. Protesta que algo queda. Sin duda, una propuesta muy del gusto de quienes lideran Hollywood hoy día, George Clooney a la cabeza, esos que desde las majors y producciones multimillonarias, apuestan por cambiar el mundo.