Las conspiraciones son del gusto del respetable, o eso parece a la vista del amplio muestrario en el que cada uno tiene una a su disposición. Tenemos la del 11S y la del 11M para dividir a lo que podríamos llamar conservadores y progresistas; la de que el hombre nunca pisó la luna y la de que estuvimos y había cosas que era mejor ocultar (para separar a su vez a los supraescépticos y visionarios en clave marciana); luego las polisémicas, que dan juego a las más disparatadas teorías con base idéntica, a saber, quién mató a Kennedy, qué había en el Área 51 o qué se esconde en el infranqueable triángulo de las bermudas (entre tantas otras).
Aún así, titular La Conspiración del Pánico a Eagle Eye (Ojo de águila, bastante más descriptivo) podría suponer una excesiva licencia, una más en el fértil terreno de las veleidosas adaptaciones al idioma patrio de los nombres de las superproducciones, encaminada únicamente a buscar un mayor atractivo publicitario a la vez que se despista más de lo necesario sobre la trama de la última producción de Spielberg (a manos de D.J.Caruso “Disturbia” como director, y John Glenn y Trevis Wright –futuros adaptadores de The Warriors– en el texto, el rey midas bastante tiene con acuchillar a Indy).
Si la función de despiste era intencionada, y se buscaba con ella dirigir a la audiencia durante la primera hora en una determinada dirección conspiracionista, es posible que lo hayan logrado. Quedarán entonces fuera de lugar las citas que debemos hacer aquí de La Conspiración… a propósito de Hal 9000, en un retrato que recientemente abordaba colateralmente Wall-E, enfocado en el caso que nos ocupa desde la dimensión de Enemigo Público.
Pero ante todo, a una producción de este calibre hay que medirla por sus dotes para el entretenimiento y por su capacidad de aprovechar el recinto ferial instalado para aportar algo más.
Durante una parte muy importante de su metraje, su realización logra con soltura su propósito de recrear la desprotección y el artificioso reto al que se ven sometidos sus protagonistas. Jerry (Shia LaBeouf), empleado de una franquicia de fotocopias, recibe poco después del funeral de su hermano un cargamento de material militar de vastas proporciones por el que el FBI le llevará a chirona (no sin antes recibir una desconcertante llamada con 30 segundos de preaviso). Rachel (Michelle Monaghan) tendrá que cumplir una serie de instrucciones precisas si no quiere que su hijo pequeño muera de alguna de las creativas maneras que se les ocurrieron a los guionistas, todo para acabar unido a Jerry y formar una intensa pareja camino al thriller espídico.
Hasta prácticamente cruzar los tres primeros cuartos de hora, las reacciones psicológicas de los protagonistas y un cierto equilibrio en los imposibles matemáticos en que les sitúa el argumento, se dejan ver con el sentido común encendido. La irrenunciable necesidad del género por las persecuciones atropelladas y los desguaces masivos conducirán después a un agotamiento mayor de la credibilidad cuando cada concreta escena acabe convertida en una obra de ingeniería técnica en donde el guión vuelve a manifestarse con demasiado protagonismo, y el espectador ha de perder implicación ante la exaltación de la concatenación de retos. Posiblemente serán cosas de crítico trillado, y debe ser por tanto que el grueso del público agradece esta determinación por alcanzar el más difícil todavía entendiendo que la contención y la credibilidad son cosas del cine de autor, pero posiblemente también era innecesario una subida del efectismo –que partía de un punto alto– a la vista de lo bien que se desenvolvían los protagonistas hurgando en sus emociones ayudados por un plantel que incluye a nombres como al loado Mr Thornton.
No obstante, cuando el tercer acto se precipita ante lo que intuimos un argumento demasiado mascado y que parece esconder una idea subconsciente de sumisión excesiva a la tecnología, de ahincar la rodilla ante la sublevación de nuestros gadgets, superficialmente alguno podría plantearse, por desconectar del ruido de sables, qué diferencias hay entre las decisiones tomadas con frialdad mecánica y las de un poder gubernamental que actuando en nuestro nombre vela por intereses ajenos; qué diferencia a la voluntad matemática de una máquina de los deseos del propio hombre de actuar con idéntica falta de humanidad y ausencia de prejuicios; si no es esta la vía de eludir complejos dilemas morales descargando la culpa en el chipset de la sala de máquinas de una CIA falible hasta el agotamiento.
Ni que decir tiene que serán reflexiones gratuitas para amenizar un desenlace más cobarde de lo deseable y en que todas las costuras acaban firmemente selladas para el cierre final. Esto iba de otra cosa y bastante si estas dudas peregrinas han tenido espacio. Ah, la pirotecnia bien, gracias.