Sitges, probablemente la única ciudad del mundo donde puedes pasar desapercibido si eres un zombie, celebra cada año por estas fechas su Festival de Cine Fantástico, uno de los más prestigiosos e internacionalmente divertidos. Este año, dos producciones españolas de características muy similares pugnaron por el favor del público los primeros días del Festival: Santos de Nicolás Gallego y esta Sexykiller que nos ocupa. No es para menos su lucha, ambas se estrenaban esa misma semana en el circuito comercial y una pizca más de promoción en los medios que su rival podría hacerles encaramarse a una taquilla más holgada en el paupérrimo porcentaje de cine español que vemos.
En ambas se aborda al género de terror desde la comedia, siguiendo una corriente que cuenta con gran cantidad de seguidores y donde el citado Festival es un punto de referencia al albergar secciones dedicadas a ella e invitar a destacados artífices de su creación y continuidad como el director George A. Romero (Amanecer de los muertos, 1978) o el maestro de los efectos especiales gore Greg Nicotero, un dios para cualquier aficionado a estas películas, incluido Quentin Tarantino.
Sexykiller une dos parodias de situaciones clásicas en este tipo de cine: la del ambiente universitario donde suceden crímenes horribles y la de parada de zombies nocturna que asola una ciudad. Por desgracia, en ninguna de las dos consigue triunfar porque, queriendo parodiar los estereotipos, se estanca en su esquematismo, no pudiendo superarlos y encontrarles la “vuelta de tuerca" que los descacharre definitivamente. Así sucede con el estudiante guapo (Alejo Sauras), el aplicado y científico (César Camino), el inspector pasado de rosca (Ángel de Andrés López) o la propia protagonista de la película (Macarena Gómez), todos ellos bocetos sin gracia de lo que podrían haber sido.
Por otro lado, la cinta deja entrever desgana y prisas en su realización y preparación, con diálogos bastante mal interpretados por los actores y situaciones muy poco justificadas en cuanto al espacio y tiempo de la narración. No existe diferencia estilística entre las dos partes en que se divide el film, si la parte universitaria está iluminada en clave alta como corresponde, dicha iluminación se mantiene en la segunda parte, restando mucha eficacia al tramo final de la historia. Si parece que todos estos detalles son nimios para una comedia, debemos recordar que este género es el más exigente de todos, debe funcionar con una maquinaria interna precisa que permita que el chiste estalle en la cara del espectador sin pillarle pensando en otra circunstancia de la historia. No era capricho que Billy Wilder dirigiera sus películas con un cronómetro en la mano. Sin ir más lejos, El apartamento (1960) es toda una obra de ingeniería cinematográfica en este sentido.
Si el público de Sitges celebró momentos del filme con grandes carcajadas y ovaciones se debe a que este tipo de películas crecen en situaciones en la que uno se siente proclive a este tipo de humor, donde las rayadas o pasadas de sus personajes son siempre bien acogidas.