Una apuesta cien por cien consciente de recuperar el nivel logrado en sus dos primeros filmes.
Fruto de una mera coincidencia o no, la carrera de Guy Ritchie se podría dividir entre su etapa de soltería y la etapa en la que fue marido de Madonna. A nivel cinematográfico quedan definidas ambas por unos valores artísticos muy dispares y alejados. Antes de conocer a la reina del pop, el director firmó Lock & Stock y Snatch. Cerdos y diamantes, dos títulos marcados por la frescura de un estilo en donde el manejo de la cámara y el montaje frenético jugaban un papel fundamental, unos argumentos estilísticos suficientes para erigirle como el nuevo abanderado del cine de gángster británico. Eran filmes sustentados por un guión repleto de humor negro y tramas entrecruzadas, cuya estructura tipo había definido Robert Altman en la imprescindible Vidas Cruzadas, antes de que Tarantino le sacará todo su jugo en Pulp Fiction. Su otra etapa, la que coincide con su matrimonio con Madonna, es una etapa de filmes fallidos y despropósitos como fueron los fracasos de crítica y publico de Barridos por la marea (con su mujer de protagonista) y Revolver, cuya distribución impidió la posibilidad de verla en nuestro país. Ahora el director inglés regresa con RocknRolla, una obra que ha coincidido con el divorcio de la famosa cantante, y que representa un buen intento para recuperar el tono de su primera etapa.
La primera señal de la añoranza de Ritchie lo encontramos ya en el guión de RocknRolla, la cinta se construye a partir de un elenco de personajes variopintos y excéntricos, cada uno a su manera, que buscan enriquecerse a costa de un multimillonario ruso que posee un equipo de fútbol y varios negocios inmobiliarios en la ciudad de Londres (en un claro guiño inspirativo del magnate del Chelsea Roman Abramovich). En esta ocasión los bajos fondos de Londres, que tan bien retratados salían en Lock & Stock, conviven con las altas esferas de poder ligadas a los negocios de las inmobiliarias. La película presenta otros detalles que la asemejan con los orígenes de Ritchie, desde la frenética y virtuosa puesta en escena, pasando por su descarado humor negro, hasta llegar a una estructura de rompecabezas que da lugar a todo tipo de encuentros y desencuentros entre capos, políticos corruptos, una contables sexy, un cantante de rock yonqui, o dos ladrones con poca suerte.
RocknRolla, al igual que Lock & Stock y Snatch, no se esconde en ningún momento de las referencias de las que parte. Por un lado hay dosis de Tarantino en sus ácidos diálogos y en la construcción de personajes y guión, por otro, se reconoce el influjo del Danny Boyle de Trainspotting en la forma que adquiere el conjunto. Precisamente esa forma sigue siendo la mejor baza de Ritchie, su capacidad para dotar de un estilo directo, divertido y espectacular, alza a la película en los momentos en que el guión pierde fuerza. El director consigue en todo momento un ritmo frenético a través de un montaje picado y una realización avispada y adrenalítica que consigue dar lo mejor de sí en el momento en que el personaje de Gerard Butler es perseguido por un matón ruso de forma hilarante por las vías de un tren. El británico demuestra una vez más dominar la envoltura de sus propuestas, creando una vistosa y espectacular capa de sonido (magnifica banda sonora que combina temas rock añejos con actuales) y de imagen a través de texturas, composiciones coloristas, cámaras lentas, todo aliñado con un ritmo asfixiante que impide que el espectador aparte la vista de la pantalla. Pero es precisamente en ese despliegue de medios enfocados hacía la forma de la obra, cuando el filme pierde de vista, por momentos, el interés dramático.
En su elenco actoral cada uno desempeña con soltura sus roles, pero ninguno de ellos consigue sobresalir entre los otros.
RocnknRolla puede ser vista como una apuesta cien por cien consciente de recuperar el nivel logrado en sus dos primeros filmes. No obstante, como fruto de una etapa tumultuosa y de transición en su vida personal, el filme no logra alcanzar todo el esplendor de sus inicios. A pesar de todo, nos encontramos ante un divertido y apasionante cocktail compuesto por todos aquellos ingredientes que definen el estilo personal de Ritchie, pero esta vez, la mezcla lograda no llega al estallido de placer de su opera prima, en buena media, porque el sabor ya no nos resulta tan fresco e inspirador como antaño.