Supera los límites del buen y del mal gusto. Su uso de la violencia como lenguaje expresivo, como una extraña forma de comunicación a la que puede que se le haya consentido demasiado, obliga irremediablemente a ir subiendo el listón en cuanto a mutilaciones desaprensivas para evitar el acomodamiento. Y a la vez, contrasta con su buen hacer estético, con una devoción por los planos calculados con que dibujar sus historias, que en esta ocasión llega incluso a ser estrictamente eso, dibujo, con una porción narrada en anime puro. Aunque cierto es que el resto de la película, en carne y hueso, ya estaba impregnada de toques manga, dando salida a algunas de sus devociones para esta mezcla ecléctica de estilos que toma desde elementos de Spaghetti Western, a una explícita demostración de su admiración por los Samuráis y los golpes de kung-fu.
Para esta vertiente, Se sirve de técnicas de rodaje que recuerdan a Wachowski, un comentario que últimamente viene siendo tan ineludible como obvio, y que aquí se traduce en algunas escenas con claras analogías con la lucha de Neo y Mr.Smith: si este último aparecía clonado en un ejército de sí mismo, aquí cientos de orientales harán una aparición igualmente orquestada para protagonizar un genocidio a corte de katana.
Pero entre golpes, amputaciones y surtidores de sangre que impregnan todo en rojo, también hay mucho más especialmente en lo que hace referencia a los modos. Los 6 años que Quentin Tarantino le ha dedicado a las dos entregas de Kill Bill, dividen una primera parte con ánimo de diversión y acción -entendidas siempre a su manera- y una segunda que él advierte como más reflexiva y con mayor información de la psique de sus personajes.
Los rasgos de cada uno de ellos se harán más inteligibles cuando se desvele más de sus emociones, especialmente en el caso de una Uma Thurman justiciera, que lleva a lo más alto un concepto de venganza necesaria, estudiada y definida bajo la frase "la venganza nunca es un camino recto, es un bosque. Es fácil perderse en él y olvidar por qué has entrado".
Entre tanto la musa del excéntrico director pondrá su naturaleza todo terreno, desvelando cuánto hay en ella de versatilidad, de capacidad para ser humana y fría al tiempo, para dejarse la piel, recibir más golpes y arriesgar de nuevo su vida, su sangre, para restablecer un orden que incluso sus víctimas reconocen alterado.
Quentin tiene algo en su naturaleza que muestra un toque enfermo y depravado. Puede que sea una lectura particular de la vida, una especial fijación por algo llamativo como es una violencia que no deja de ser parte de la realidad, y que él decide concentrar como vehículo para sus historias. También tiene una gran pericia para mezclar diversos elementos y géneros, una afición por la banda sonora que le permite intuir y acoplar cada una de los tonos con que dar su sello propio.
Es muy posible que sea cierto: está loco, pero es algo más que eso, es un genio loco nacido de la inmundicia contemporánea, que refleja algo de degeneración y algo de maestría.