Un producto de usar y tirar diseñado para un sector muy limitado del público.
Jackie Chan y Jet Li juntos en la misma película. Podría concluirse la crítica aquí mismo y todo el mundo sabría qué esperar de El reino prohibido, pero ya que estamos daremos más detalles sobre esta cinta, firmada por el realizador Rob Minkoff, responsable en su día de El rey león, las dos entregas de Stuart Little o La mansión encantada, esta última con Eddie Murphy.
Mezcla del género fantástico (algunas fábulas de la China medieval) con el cine de artes marciales, la trama nos presenta a Jason, un joven residente en Boston que descubre en una tienda de antigüedades del barrio chino de su ciudad un cayado antiguo que le transportará en el tiempo como por arte de magia hasta una época remota, donde se encontrará con dos luchadores: uno con tendencias etílicas (Jackie Chan), otro un lacónico monje (Jet Li).
Junto a ellos, y a una misteriosa joven de gran talento para el combate, el norteamericano intentará devolverle el bastón a su legítimo propietario, un Rey Mono que lleva varios siglos convertido en estatua de piedra. Para ello deberán hacer el típico viaje largo y arriesgado, para terminar enfrentándose al Señor de la Guerra de Jade y a sus ejércitos. Por el camino Jason aprenderá ciertas enseñanzas que le resultarán muy valiosas cuando regrese a nuestra época actual. Si es que lo consigue, por supuesto.
No vamos a engañar a nadie, así que directamente hay que recomendar El reino prohibido únicamente a los seguidores de los dos protagonistas verdaderos de la cinta –lo del joven americano más bien es anecdótico, y la conclusión de su aventura da más risa que otra cosa–, y a los aficionados a las artes marciales coreografiadas en general. El resto de espectadores se encontrarán ante una aventura bastante limitada y llena de tópicos, filosofía oriental de baratillo y el habitual despliegue de peleas interminables marca de la casa de los señores Chan y Li.
Tal vez lo más destacable sean los títulos de crédito iniciales, donde se rinde homenaje a unos cuantos títulos clásicos dentro de este género y que, posiblemente, serán recordados con cariño por los devotos del mismo. Por el contrario, el resto del metraje provoca una indiferencia que va evolucionando hacia la indignación con el paso de los minutos, sobre todo cuando uno cae en la cuenta de que se nos está ofreciendo una especie de versión estilo kung fu de La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), pero con dos actores tan limitados como las estrellas orientales que aquí nos ocupan. En definitiva, un producto de usar y tirar diseñado para un sector muy limitado del público.