La esencia de lo narrado se le escurre entre los fotogramas al director y guionista pues no elige adecuadamente los elementos dramáticos.
Leonardo vive en esa delicada frontera que existe entre la madurez y la senectud, cuando ni se es demasiado viejo para retirarse, ni tan joven como para ser una referencia para los hijos. Es una época llena de incertidumbres para un hombre, el brillo de la masculinidad se apaga, nada apetece salvo cumplir los propios hábitos, la sola presencia de los demás hastía, aparecen las dudas hacia la pareja y se viven los estertores de la sexualidad.
Este complejo entramado psicológico es lo que pretende contar la nueva película del joven cineasta argentino Daniel Burman. Este bonoaerense sorprendió hace un lustro con las películas Todas las azafatas van al cielo (2002) y El abrazo partido (2004). Cierta belleza melancólica, la reiteración discursiva argentina y la rememoración de su país y orígenes judíos son componentes que no faltan tampoco en esta cinta. En esta ocasión, la esencia de lo narrado se le escurre entre los fotogramas al director y guionista pues no elige adecuadamente los elementos dramáticos con que pergeñar la historia.
A pesar de contar con una poderosa y woodyalleniana secuencia inicial, hábilmente resuelta por montaje y primerísimos planos donde los dos protagonistas quedan muy bien perfilados, a partir de ese momento se inicia un lento declive narrativo en base a una colección de secuencias y personajes vacíos que no aportan nada al hilo dramático. Quede como ejemplo la ilustración de las ensoñaciones y deseos que vive el protagonista, dos intentos de secuencias musicales al más puro estilo Lars Von Trier, que quedaron probablemente cercenadas por entero en la sala de montaje debido a su escasa pegada y relevancia. O el inasible significado de la afición al aeromodelismo de este mismo protagonista.
Por si fuera poco, el Burman guionista también intenta un juego metaliterario (o metacinematográfico) al proponer que todo lo narrado no es otra cosa que la propia novela que el protagonista arrastra durante todo el film sin conseguir leerla. Esta, también titulada El nido vacío, es la ópera prima de su yerno, un talentoso joven judío que les invita a conocer su país. Es allí, y esta vez sí acierta el realizador con las imágenes que ilustran lo que le está pasando al personaje, en los paisajes que circundan el Mar Muerto donde Alejandro, por fin, parece encontrar algo de luz a su incertidumbre vital.
Destaquemos el buen trabajo de Óscar Martínez, uno de los más conocidos actores argentinos, que fue premiado en San Sebastián. Cecilia Roth es una actriz muy conocida en España que siempre raya a una gran altura, aunque aquí se desperdicie su talento y presencia.