Austin Powers es una obra maestra al lado de lo que se ha perpetrado aquí. Sólo transmite vergüenza ajena.
El cómico Mike Myers da vida en esta cinta a Pitka, un gurú espiritualista de autoayuda a quien le ofrecen un trabajo de gran importancia: deberá arreglar los problemas conyugales de un famoso jugador de hockey sobre hielo que últimamente no está rindiendo todo lo que podría sobre el terreno de juego, para tremenda desesperación de sus fieles seguidores y de los directivos de su equipo.
A los seguidores del actor norteamericano que en su día se rieran con algunas de las patochadas incluidas en Austin Powers: Misterioso agente internacional (Jay Roach, 1997) y sus secuelas, habrá que advertirles de que el tipo de humor empleado aquí supone una degeneración tal de lo que se vio en aquella trilogía, que prácticamente no queda nada que nos mueva a esbozar ni una media sonrisa.
El planteamiento en principio no sería directamente rechazable, pero ya desde el inicio se aprecia una flagrante ausencia de ritmo cinematográfico, y muy pocas ganas de llevar al espectador a alguna parte con una cierta celeridad: prácticamente hasta que no ha transcurrido veinte minutos de proyección no sabemos muy bien de qué va el film, empeñados como están los guionistas (uno de ellos el propio Myers) en meter una majadería tras otra.
¿Qué nos espera si cometemos la insensatez de meternos en la sala a ver El gurú del amor? Pues una sucesión interminable de juegos de palabras ínfimos –en muchos de ellos aún cabría usar la excusa de que se ha perdido algo en la traducción, pero nos tememos que ni así–, bromas pueriles, escatología nivel “culo-caca-pedo-pis”, y una repetición agotadora de una serie de gracietas que se usan sin rubor alguno hasta la nausea (los títulos de los libros escritos por el gurú, los acrónimos o los chistes relativos a las marcas registradas).
En cuanto a los actores, por ahí anda Ben Kingsley en un papel sencillamente patético, Jessica Alba se limita a lo que mejor sabe hacer (poner morritos, claro), y un caracterizado Justin Timberlake tampoco es que destaque por nada especial. Hay cameos de Val Kilmer, Jessica Simpson y otros, pero principalmente la gran losa es el cargante Mike Myers, cuya presencia es constante a lo largo de todo el metraje, y a quien sólo cabría catalogar de cansino. Austin Powers es una obra maestra al lado de lo que se ha perpetrado aquí, que básicamente sólo transmite vergüenza ajena. Huyan de ella si pueden.