Urbizu vuelve felizmente entre nosotros; tras demostrar una solvencia tan contundente como las balas en “Todo por la pasta” –nunca antes se le habían visto los colmillos a Antonio Resines- y un de par de flojos pero bienintencionados trabajos de encargo –no es culpa suya, sino de la tercermundista industria cinematográfica estatal- regresa por su camino, el de la belleza de la tensión y las pistolas cargadas de fuego.
En “La Caja 507” se desnudan frontalmente y sin depilar las verdades que tan sólo se vislumbran y se dejan pasar de largo en los medios públicos, señoreados desde hace tiempo por cuatro caciques de sonrisa abierta, gesto torcido y cómodo corazón a la diestra; pero más allá de quedar tan sólo como una coja “denuncia” –cojámonos de las manos y recordemos dolorosamente al plasta de Ken Loach-, “La Caja 507” da un paso hacia delante a favor de acción en el mejor sentido de la palabra, apoyándose en un columpiante y recio guión escrito “a pachas” por propio director junto a Michel Gaztambide.
Coronado sufre una gran conversión, casi como la de San Pablo; por hora y media –y esperemos que se repita- deja de ser el simpático y solvente seductor que siempre nos levanta las novias a ser un auténtico physco sin escrúpulos que casi toma forma la tridimensional, más alla de la sábana iluminada. Resines, en un sorprendente papel de hombre gris, da el giro y consigue sacarle toda la luz a lo anodino de sus planteamientos personales...
Es obvio que Urbizu no tiene la intención de contar una historia para intelectuales; ni ganas; sus capacidades para el dignificar el género del thriller van mucho más allá; Urbizu es “autor” –tanto como el que más-; lo suyo son las pistolas en el sobaco, las putas con corazón, los comisarios corruptos; buenos y malos en un mismo mundo que se buscan y se encuentran, esperando desenfundar para hacer belleza de la amenazante fuerza de una pistola.