Lo peor de todo el film es la estridente presencia de Santiago Segura y Florentino Fernández, que desde el primer momento anulan a los actores americanos.
¿Qué puede ser más gracioso que incluir en el título de una supuesta comedia el vocablo “pelotas”? Dispuestos a encontrar respuesta a dicha pregunta, los responsables de la distribución de Hermanos por pelotas se decidieron a pasar a los anales del mal gusto contratando para doblar a los protagonistas de la cinta a dos personajes tan inconfundibles y con tan poca capacidad de pasar desapercibidos como son Florentino Fernández y Santiago Segura. Se suponía que con esa decisión se batirían todos los récords de hilaridad, pero mucho nos tememos que les ha salido el tiro por la culata.
Will Ferrell y John C. Reilly dan vida a dos cuarentones bastante frikis que deberán vivir bajo el mismo techo cuando la madre del primero y el padre del segundo se casen en segundas nupcias. Judd Apatow (Lío embarazoso, Virgen a los 40) produce de nuevo una historia que busca inscribirse en esa vertiente de “nueva comedia gamberra” capitaneada por el director y guionista americano, pero que supone un poco destacado ejemplo de cómo encarar una producción de estas características.
El humor que encontramos en la película sigue destacando por lo soez, oscilando entre el –escaso– atrevimiento de lo políticamente incorrecto y la chiquillada bruta que a veces, por acumulación, puede llegar a hacerle soltar a algún espectador un bufido que bien podría pasar por risa. Sin embargo, poca elección nos queda. Cuando, superado el cuarto de hora de metraje, vemos a Will Ferrell posando los testículos sobre la batería de su hermanastro –por no hablar de la escena posterior en que alguien lame un mojón seco de perro– somos plenamente conscientes de que en esta ocasión la grosería sin sentido ha derrotado al poco buen gusto del que se pudiera hacer gala en estos productos cinematográficos.
Uno de los lastres de Hermanos por pelotas es la falta de gancho de su argumento. Los dos hermanos van pasando por distintas fases en su relación sin demasiada justificación (de enemigos irreconciliables a grandes amigos), y van dando bandazos por la pantalla, sin que lleguemos a saber en casi ningún momento qué se espera de ellos. Eso sí, abundan las palabras malsonantes y los trompazos, dejando vía libra para el lucimiento cómico de los protagonistas. Ya es cosa de cada uno de nosotros soportarlos mejor o peor.
Sin duda, lo peor de todo el film es la estridente presencia de Santiago Segura y Florentino Fernández –sobre todo de este último–, que desde el primer momento anulan a los actores americanos y evitan que podamos llegar a sentir algo por sus vicisitudes. De hecho, hay tal desconexión entre quienes abren la boca y aquellos que pronuncian sus frases que uno casi diría que Segura y Fernández están improvisando sus intervenciones sobre la marcha. Hay ratos en que la película logra elevarse por encima de este gran hándicap, pero ni aun así acaba por valer la pena, moviendo más al hastío que a la risa entregada.