Cuenta con un asombroso diseño de casting que hace verosímil cada uno de los rostros y actores encontrados para la veintena larga de personajes que componen esta emocionante instantánea de la clase media norteamericana.
El peso de los managers en la industria norteamericana del cine es mayor de lo que creemos. Aquí, en Europa, nuestra cultura señala como responsables de la creación de una película a los actores y al director. Para la mayoría del público un director de casting, un script, un figurinista o los mismísimos guionistas y productores tienen un rol difuso en la consecución de una cinta. Sería una sorpresa para muchos desvelar que, como en cualquier otra industria, un film se diseña y crea en base a reuniones, comidas de negocios, acuerdos contractuales y multitud de llamadas telefónicas. El rodaje es sólo la última etapa de un trabajo que no suele ser menor de un año.
Anne Hathaway es una joven actriz que ha alcanzado gran relevancia gracias al buen funcionamiento en taquilla de sus films: Princesa por sorpresa (2001), Brokeback mountain (2005), El diablo viste de Prada (2006), La joven Jane Austen (2007), Superagente 86 (2008)... un filón para la fábrica de los sueños. Anne se está acercando a la treintena y ya no puede abarcar los papeles de princesita que ha venido desempeñando hasta ahora. Es necesario demostrar al público y a los productores que aún hay veta, que se puede sacar más rendimiento. Los managers de actores, promotores de la mayoria del cine que vemos a lo largo de año, diseñan en sus despachos un producto que demuestre la calidad de su representado, un nuevo perfil, otra faceta que les haga seguir pujantes. En los años 50, los estudios de Hollywood tenían en nómina a sus estrellas y el mercado funcionaba como puede ser hoy día el mercado de futbolistas. Ese modelo dejó de existir debido a la enorme relevancia que consiguieron los actores y a la necesidad de gestionar su talento y carreras por sí mismos.
De este modo, el manager evalúa proyectos y guiones de diferentes compañías que se adapten al giro de la carrera de su representado. Estudia las características, el grado de madurez y a quién se tiene o se baraja para el apartado técnico (dirección, fotografía, diseño de producción, presupuesto, reparto). Ofrece a su cliente y negocia. En ocasiones, presenta al actor una selección de proyectos adecuados y eligen. En otras, el manager decide: "Tengo una película fantástica para ti".
En esta ocasión, el manager se encontró con un pequeño proyecto de Jonathan Demme, excelente y veterano realizador que no teme a musicales y documentales (Stop making sense), thrillers (El silencio de los corderos), comedias (Casada con la mafia) o dramas (Philadelphia). Se trata de un guión escrito por la también actriz Jenny Lumet (hija del gran Sidney) de fácil producción: muchos personajes con papel corto y sólo un par de localizaciones, sin apenas exteriores, ambientado en la época actual y realista, sin efectos especiales. Cuenta la historia de una familia de clase media que, a pesar de los problemas internos, ha mantenido un grado de unidad y tolerancia notables. La boda de la hija mayor, Rachel (Rosemarie DeWitt) supone un acontecimiento que reunirá de nuevo a sus componentes, sobre todo porque coincide con el final de la etapa más dura en la rehabilitación de la hija pequeña, Kym (Anne Hathaway).
He aquí que la apuesta del manager ha sido afortunada. Demme realiza la película a medio camino entre el documental y el musical, terrenos en los que se siente a gusto, con libertad en el uso de la cámara al hombro y siguiendo las evoluciones de los actores por la escena. En ocasiones, flota el Dogma preconizado por Lars Von Trier en el aspecto formal, pues la escasez de iluminación en algun momento y el inteligentísimo aprovechamiento de los ensayos de los músicos como banda sonora del film, hacen pensar en el decálogo del danés. Sin embargo, la intencionalidad del montaje y la narración profundamente cinematográfica de alguna secuencia revelan un sólido trabajo previo del director. Además, la cinta cuenta con un asombroso diseño de casting que hace verosímil cada uno de los rostros y actores encontrados para la veintena larga de personajes que componen esta emocionante instantánea de la clase media norteamericana.
Lástima que la joven Hathaway aún se encuentre lejos de encarnar con solvencia papeles de este tipo. A pesar del aspecto desaliñado, el corte de pelo, el lenguaje soez y el repertorio de gestos abruptos, en ningún momento es creíble como yonqui. Basta verla coger un cigarrillo para saber que no lo es. Además, ni sus grandes ojos, ni sus grandes labios, ni su mirada expresan aún el más mínimo sufrimiento vital. Su esfuerzo es encomiable pero nunca deja de verse como una pija metida a actriz. Cuando preguntaron a Ricardo Franco porqué eligió a Antonio Resines para La buena estrella si el actor sólo había hecho comedia, replicó: "Ya tiene la mirada".. Anne aún no la tiene.