En la España de 1969, LLuís Dalmau, un joven profesor universitario de "peligrosos" ideales antifranquistas, llega deportado a una isla del mediterráneo; es ese espacio una de esas porciones de terreno luminoso y firme ancladas en medio del mar, casi sin nombre ni tiempo. En principio, Lluís intentará fugarse, pero el contacto con la isla y sus gentes le hacen aplazar su fuga...
Este es el planteamiento inicial de "La Isla del Holandés"; y para contar esto, existen varias caminos: existe un discurso contundente, de hondura; pero Sigfrid Monleón ha optado por el que se limita a ser etéreo como el propio tiempo que transcurre mientras se ilumina la pantalla blanca.
La Isla del Holandés responde, formalmente, a esa segunda teoría, la del -llamémoslo así- clasicismo gentil; una película elegante y discreta, que rebosa sencillez, que no simpleza, un discurso de miradas y gestos, de claridad, de calidad fílmica diáfana.
Es "La isla del Holandés" una película modesta, en intenciones y en presupuesto, y por ello se le perdonan su limitaciones, ya que a parte de impuestas por el tiempo y el dinero, son plenamente conscientes.
Sigfrid Monleón demuestra soltura, y su dirección tiene pulso y firmeza, sobretodo en la última parte, consiguiendo una expresión de clasicismo con clase, un discurso pleno de talento, de tránsito superado de maduro director debutante.