Gran parte del público no estará por la labor de alargar truculentos noticiarios y preferirá buscar una sala con 'horror movies' menos temibles.
Ridley Scott está logrando en los últimos años de su filmografía el difícil objetivo de que su carrera sea más recordada por su irregularidad que por sus buenas películas. La acumulación de decepciones, la sorprendente capacidad para enrojecer a los críticos que no pueden evitar venerarlo por algunos títulos del pasado y, en definitiva, la alargada sombra de una cinta demasiado excepcional como para que muchos no le exijan un mínimo de dignidad, hacen que a cada nueva llegada a cartelera (con exquisita regularidad, todo sea dicho) muchos le reciban con las garras afiladas.
A juzgar por algunas de sus últimas aportaciones, el afilado supone una actitud coherente. La fría corrección de American Gángster es un bálsamo agradecido si lo comparamos con el torro procaz de Un Buen Año o la versión, supuestamente mutilada (suficiente tuvimos con la proyectada en los cines como para chequear la extendida) de El Reino de los Cielos. Con aire de producción menor, Los Impostores era una obra maestra en la comparación.
En Red de Mentiras, Scott repite con William Monahan como guionista. Autor precisamente del libreto de El Reino de los Cielos, al espectador informado de tal circunstancia le faltarán manos para hacerse cruces, si bien en la adaptación de la novela de David Ignatius, Monahan ha sido mucho más hábil de lo que ese precedente nos haría pensar. Momentos de lucidez al exponer el problema de la guerra contra el islamismo radical (con una claridad que le habría venido muy bien al gabinete de gobierno saliente de los EEUU); unos diálogos que pasan del sarcasmo a los enredos políticos con solvencia; dignidad para evitar ahogarse en los posicionamientos ‘cool’; buena alternancia de la acción y las maquinaciones conspiracionistas... este Monahan se acerca más al de Infiltrados que al del Reino estrellado.
En la trama, la historia del agente de campo estadounidense que se siente próximo a las circunstancias árabes interpretado por Di Caprio, su manera de enfrentarse a dos bandos quedando entre la espada y la pared y sometido a la arrogancia de sus respectivos interlocutores, cala con diferente profundidad según el interés que el espectador tenga en conocer particularidades de esa gente que en tierras lejanas y en nombre de causas inquietantes quiere el fin de occidente. La representación de la posición americana en Russell Crowe, que acierta al recrear un personaje entre aborrecible y entreñable en su ruda honestidad, nos deja con un panorama que quizá la intuición nos habría permitido bosquejar estando atentos a la información diaria, pero que aquí se recoge controlando el espectáculo y dando ritmo.
Lo que queda por ver en su balance es el aspecto que antes apuntábamos: la implicación del todopoderoso respetable. Si gran parte no estará por la labor de alargar truculentos noticiarios y preferirá buscar una sala en que desestresarse con horror movies menos temibles, los inquietos que disfruten con la habilidad del director para tirar de escenas de acción se perderán muchas de ellas víctimas del alud de bostezos que les provocará el resto del metraje.
Lo mejor, que aún con la desigual capacidad de seducción y sin ser arrolladora en ningún caso, Scott no ha vuelto a golpear en esta ocasión su currículum. Algunos todavía podemos seguir asociándole a Blade Runner sin pensar (una vez más) en aquello de la suerte y las circunstancias.