Nada hacía presagiar que una comedia americana de este calibre pudiera contentarnos, pero logra el objetivo mínimo de entretener.
Robert Fisherman, alias “Fish” (Rainn Wilson), es el batería de una banda de rock duro que ha logrado poco a poco hacerse un hueco en el panorama musical americano. Una importante discográfica decide ofrecerles un suculento contrato, pero da la casualidad de que el único requisito que ponen es que el encargado de las baquetas sea sustituido por un pariente de algún ejecutivo de la compañía. Sus compañeros aceptan el trato encantados, y el pobre Fish se ve apartado a la fuerza de la fama que terminan cosechando Vesuvius.
Veinte años después, nuestro protagonista tendrá una ocasión perfecta para escapar de su gris existencia como oficinista cuando pase a ser uno de los miembros del grupo musical de su sobrino Matt (Josh Gad, una especie de Jack Black adolescente). Tras diversas vicisitudes, Fish tendrá por fin una segunda oportunidad dentro del mundo de la música, la que sin duda es su gran pasión.
Nada hacía presagiar que una comedia americana de este calibre (y con el hándicap añadido del título español, poco inspirado) pudiera contentarnos, pero sin embargo hay que reconocer que The rocker logra el objetivo mínimo de entretener, hacernos reír cuando toca y esquivar los siempre complicados acantilados de la vergüenza ajena. Aunque claro, contar en la dirección con Peter Cattaneo –once años han pasado ya desde Full monty– tal vez haya supuesto una garantía en esta ocasión.
Tal vez conviene advertir de que Un rockero de pelotas no pugna desesperadamente por huir de los tópicos, detalle que impide que se convierta en una comedia más digna de mención. De hecho, encuentra en los lugares comunes del mundo del rock una fuente de inspiración lo suficientemente rica como para ir tirando de ellos durante casi todo su metraje, contentado tanto a los mínimamente iniciados en ese contexto como a quienes estén más duchos en sus interioridades.
Este simpático retrato de un ferviente melómano se asemeja a aquel que en su día nos mostró Escuela de rock (Richard Linklater, 2003), por venir protagonizado por un patético personajillo tan obsesionado que resulta enternecedor. Además, Rainn Wilson (conocido por la versión americana de la serie The office) cumple con lo que sería deseable en alguien de las características de Fish, incorporando grandes dosis de humor gestual. Añádanse unos cuantos secundarios con momentos bastante logrados (sobre todo por parte del manager), y el resultado final no naufraga en la pantalla.
Mención especial para las canciones creadas para la ocasión por Chad Fischer, que resultan brillantes tanto en la versión glam rock (las de Vesuvius) como en las de tono más power pop que son interpretadas por A.D.D., la segunda banda del protagonista. Además, en todos los casos oímos la porción justo de cada una de ellas, para que captemos la idea sin romper el ritmo de la narración. Una forma muy acertada de integrar una excelente música en una película discreta, pero visible al fin y al cabo.