Se limite a realizar un puzzle poco fluido en el que únicamente brilla el testimonio de los entrevistados.
El empujón de Michael Moore al género documental aún deja una importante estela en España. En los últimos años han renacido festivales dedicados en exclusiva al género y se da cierta regularidad de estrenos en salas comerciales. Entre los temas favoritos de los cineastas españoles no podían faltar la Guerra Civil y sus consecuencias, la transición democrática y sus protagonistas, y el terrorismo de ETA. A fin de cuentas, son los tres hechos más notorios en la historia nacional de los últimos cien años.
Si bien el tema del terrorismo tardó en dar en dar sus primeros obras en el género, fue La pelota vasca (2003) de Julio Medem la que abrió la veda mediática. Un documental que pretendió ser un prisma de puntos de vista que finalmente no contentó a nadie, aunque alcanzó una gran notoriedad. Luego le siguió el cine comercial, principalmente en proyectos auspiciados por Mundo Ficción, la productora audiovisual del grupo Unidad Editorial, propietario del periódico El Mundo, como El lobo (2004) y GAL (2006).
El infierno vasco se puede considerar una escisión del documental de Medem, que ya tocaba el asunto de los vascos exiliados fuera de Euskadi por la presión terrorista. En cualquier caso, forma parte de la congruente carrera en el género que está llevando a cabo el arquitecto y cineasta Iñaki Arteta, al tratarse de su cuarta obra acerca del terrorismo vasco tras Voces sin libertad (2004), Agustín Ibarrola, entre el arte y la libertad (2004) y Trece entre mil (2005).
Dicha fecundidad viene provocada por las características que ofrece el género: libertad formal, más atención al tema que a su puesta en escena, bajo presupuesto, equipos de producción y rodaje muy reducidos, aprovechamiento de fuentes audiovisuales diversas... Apoyado económicamente por tres gobiernos autónomos que albergan a los exiliados protagonistas, su temática encuentra fácil eco en los medios de comunicación y siempre arrastra polémica. Recordemos que esta cinta no se ha estrenado en salas del País Vasco, lo que habla de la vigencia su asunto y le empuja en su promoción en otras ciudades.
Lástima que la pericia de Arteta y su guionista habitual Alfonso Galletero se limite a realizar un puzzle poco fluido en el que únicamente brilla el testimonio de los entrevistados. Desde un par de ertzainas anónimos hasta periodistas como Carmen Gurruchaga o el sacerdote Jaime Larrinaga, el film muestra una sucesión de declaraciones hilvanadas por montaje que llegan a resultar repetitivas por la falta de progresión en su interior o por no reservar sus mejores bazas para determinados momentos del metraje. Un documental también es cine, también es narración y cualquier argumento es más efectivo si se usan cimientos narrativos más sólidos.
Sin embargo, sí es suficiente para que el espectador capte la idea que se desliza de los testimonios mostrados. Más allá de la amenaza de muerte o la violencia en sí, están la soledad, el silencio y el rechazo que se siente en la cotidianidad con vecinos, compañeros y amigos. Para la mayoría de los entrevistados es esta presión provocada por las ramificaciones de ETA y las organizaciones de todo tipo que la apoyan, la que crea una asfixia social y moral que les impide vivir en los lugares de los que son oriundos. La denuncia es contra una sociedad que ha hecho de este ambiente algo habitual, cotidiano, que ha hecho de ese silencio cobarde un modo de vida.