Los pequeños diablos que llevan los guionistas de 'Saw' en su interior poco pueden hacer a estas alturas para impresionar.
Las sagas pueden tener múltiples orígenes. En el caso de una adaptación literaria, la extensión a varios largometrajes a modo de capítulos decididos de antemano -independientemente de su posterior éxito o fracaso- estaría, mal que bien, justificada. En el lado opuesto nos encontramos a películas a las que, en función de su recaudación taquillera, las secuelas les crecen como la espuma. Los productores que sólo piensan en su tajada son capaces de embarcarse en cualquier proyecto mediocre con tal de apurar el tirón de taquilla al máximo.
Pese a que Saw sea una de estas sagas-filón, año tras año -con la noche de Halloween como reclamo para el estreno de cada entrega- nos hemos ido tragando la misma fórmula, tanto en la forma como en el fondo, aún cuando en origen se trató de una acertada combinación basada en la tetricidad de títulos como Seven (1995) con el agobio angustioso de otros como Cube (1998).
Pero, paradójicamente, James Wan y Leigh Whannell -primer director y primer guionista respectivamente- creadores de esta multimillonaria franquicia, han conseguido satisfacer las expectativas. La razón de que la afluencia de público no disminuya capítulo tras capítulo, sino que incluso aumente (se espera que Saw V sea la secuela más taquillera tras Saw III) bien podría encontrarse en el bajo nivel que viene presentando el de terror americano desde hace más de una década: desde esperpentos como la serie Jeepers Creepers (2001) o Boogeyman (2005), hasta cualquier remake de las algo más decentes producciones orientales. La receta del morbo supo muy buena la primera vez en Saw y el espectador que la saboreó prefiere repetir plato.
Sin embargo, la serie ya se siente agonizante -nunca mejor dicho-, exhalando las que serán sus últimas torturas didácticas. Se ha estirado demasiado y no da más de sí. La innovadora receta ahora nos lleva al empacho. Ha caído en la dinámica de la competencia. Los pequeños diablos que llevan los guionistas de Saw en su interior (en ocasiones, da por pensar que ocurrencias así deberían acogerse al código penal) poco pueden hacer a estas alturas para impresionar. Los crujidos de huesos y las amputaciones que inicialmente sentíamos en nuestras propias carnes ahora nos crean indiferencia, ya no nos sobresaltan ni nos inspiran pesadillas. Además, es imposible idear una manera más acongojante de martirio para la raza humana: ya salieron las peores.
La recién creada generación de aficionados al suspense a partir de la explotada pero rentable saga, será una generación sin criterio, inmune al sufrimiento y al tormento físico -por lo menos, en las pantallas-. El ánimo de Saw por destacar, por la originalidad, tampoco es recomendable por acostumbrar al exterminio humano gratuito y carente de lógica -porque lo es, por muy filosófico que se antoje el modus operandi de Puzzle-.
Aún así, por el masoquismo desarrollado, veremos la sexta parte, sólo por la curiosidad de saber cómo terminará la historia -artimaña de los escritores, ya que cada filme no tiene significado por sí mismo, sino sólo dentro del conjunto de la serie- y por posicionar definitivamente a Puzzle dentro del hall of fame de las mentes retorcidas por excelencia del celuloide.