Daniel Craig desperdicia su enorme carisma al no tener Bond otra cosa que hacer más que fruncir el ceño, saltar, conducir y matar
Que esta reseña sea lo que Quantum of Solace respecto de Casino Royale. Es decir, una secuela inmediata. Para ello, liguemos su comienzo al desenlace de la crítica sobre el film previo que nuestro compañero Miguel Giner escribía para esta misma publicación hace dos años. En ella, se perfilaban con precisión los elementos del lavado de cara a que habían sometido a 007 los productores de la saga, y se advertía que “en un género que necesita de tantas innovaciones, aquí se aportan con cuentagotas”. Bond es una franquicia con décadas a sus espaldas y, por tanto, pese a que el nuevo actor escogido, Daniel Craig, está más a tono con nuestros tiempos brutales, a que la narración ha pasado a tomar como referentes a Ethan Hunt (Mission: Impossible) y Jason Bourne, y a los condimentos dramáticos y románticos, la fórmula se había respetado en lo básico para evitar que el público dejase de reconocer al personaje que les hace fieles cada dos temporadas a su cita con el cine.
Continuemos desde allí: el delicado equilibrio entre clasicismo y renovación que procuraron en Casino Royale el guión de Paul Haggis, Neal Purvis y Robert Wade en conjunción con la realización de Martin Campbell y el montaje de Stuart Baird, se ha degradado velozmente: el espíritu de Quantum of Solace es en teoría el de Casino Royale; ambas podrían y deberían verse en programa doble al compartir la misma línea argumental a cuenta de la amante traicionera Vesper Lynd (Eva Green) y los sentimientos ambivalentes de Bond. Y, sin embargo, Quantum of Solace peca de terriblemente mecánica, histérica y vacía, delatando bajo sus diálogos monosilábicos y a la vez sentenciosos, su acción continua, irritante (e irrelevante en casi todo momento) y su montaje cercano a lo epiléptico, una peligrosa sensación de agotamiento de la novedad apenas transcurridos dos films. Hasta el punto de que durando 106 minutos, siendo con ello una de las aventuras de 007 más cortas, se hace interminable.
La película se inicia con una persecución automovilística que deja en manos de M (Judi Dench) y Bond a uno de los subalternos de esa misteriosa organización que obligó a Vesper a traicionar a nuestro protagonista en Casino Royale y cuyo poder parece ser superior al del MI6 y la CIA juntos. Es una idea interesante, como lo es que los subterfugios del villano de turno (Mathieu Amalric) estén relacionados con la problemática medioambiental. Pero es imposible prestar atención a nada de eso, como lo es atender al trauma de James por la muerte de Vesper y al de su enésima partenaire, Camille (Olga Kurylenko), por la desaparición de su familia. El único propósito visible de Marc Forster, posiblemente el director más prestigioso que ha tomado nunca las riendas de un Bond, aunque desbordado por la labor de su montador habitual, Matt Cheese, y del de films de Paul Greengrass como United 93 y El Mito de Bourne, Richard Pearson, parece haber sido el de epatar al espectador con un frenesí que barre con humor, intriga o personajes.
Es una estrategia de pura estimulación adrenalínica a lo largo y ancho del globo que, por citar un título ineludible, funcionó hasta cierto punto en la reciente El Ultimátum de Bourne. Pero en esa saga tal cinética respondía a la concepción del protagonista creado por el novelista Robert Ludlum, en perpetua huida; mientras que en Bond son muchos otros los aspectos de interés, dejados de lado para la ocasión sin aportes a cambio de interés.
No hay apenas ingenio ni emoción en esta película. Daniel Craig desperdicia su enorme carisma al no tener Bond otra cosa que hacer más que fruncir el ceño, saltar, conducir y matar, con tanto savoir faire como su réplica del videojuego correspondiente. Y ciertos paralelismos (la carrera de caballos en Siena, ‘Tosca’) que pretenden aportar empaque cinematográfico a un par de secuencias de acción, carecen de sentido.
Pero no nos engañemos: Bond ha estado sujeto a lo largo de las 22 cintas que componen su carrera a todo tipo de modas, es una franquicia experta en sobrevivir y adaptarse. Quantum of Solace se ha inspirado en Bourne, y si nos molesta es porque lo hemos vivido en directo. Dentro de diez años será otra la influencia, y serán otros los encargados de subrayarla. Pensándolo bien, la excepción en la filmografía del agente secreto británico son películas como Casino Royale, que a la vista de cómo ha sido continuada cabe ya incluirla en el panteón de las rarezas sobre el personaje creado por Ian Fleming junto a Dr. No (1962), Al Servicio Secreto de su Majestad (1969), La Espía que me Amó (1977), 007 Alta Tensión (1987) y GoldenEye (1995). Casi todas las citadas, cambios de rumbo en sintonía con la elección de un nuevo intérprete para encarnar a 007.