La obra de Palahniuk es material de alto riesgo, pero Clark Gregg lo desactiva a base de conformismo y humor soso
En manos del guionista y realizador novel Clark Gregg, Asfixia no es tanto un retrato social malintencionado como una comedia romántica. Claro que quienes esperen toparse con los personajes y escenarios bucólicos, rosas, a que se asocia habitualmente el género, se van a llevar una desagradable (y merecida) sorpresa. Sí pueden salir más satisfechos los alternativos de salón, los modernitos de iPod y mochila cruzada, lo que es tan mala señal como el aprecio de los zombies de multisala.
En cualquier caso, sin desvelar la trama, describamos al protagonista del film para que el lector vaya haciéndose una idea de por donde van los tiros: Victor Mancini (Sam Rockwell) es un adicto al sexo en tratamiento, que malvive trabajando como actor en un parque temático sobre la América colonial, y que paga los costes del hospital donde se halla internada su posesiva y estrambótica madre (Anjelica Huston) simulando atragantamientos en restaurantes, y estableciendo así con quienes le salvan enfermizas relaciones parasitarias.
Victor es un personaje prototípico del universo literario del norteamericano Chuck Palahniuk, conocido popularmente por la magistral, visionaria adaptación de otra de sus novelas, El Club de Lucha (1999), a cargo del guionista Jim Uhls y el director David Fincher. Pero siendo, como decimos, excepcional la película de Fincher interpretada por Edward Norton y Brad Pitt, distorsionó con su espectacular brillantez la percepción de la obra de Palahniuk, esencialmente sórdida, crispada, costumbrista pese a todo, y sacudida por un humor límite sobre el día a día incapaz de ocultar una aterradora desesperación. Sentimiento al que se han visto abocados los hombres del siglo XXI —las novelas de Palahniuk tienen una inequívoca y autocrítica cualidad masculina— tras la sistemática demolición de todos sus atributos y certidumbres, a veces con su propia complicidad.
Como puede apreciarse, material de alto riesgo, que Clark Gregg (actor secundario hasta la fecha en numerosas series y películas, incluyendo Asfixia) aborda usando como referente la idea de que “la historia contada por Chuck era realmente romántica y esperanzadora, a su manera pervertida y posmoderna”. Una declaración de intenciones tan bienintencionada y a la vez banal como las que suelen adornar las revistas de tendencias para gafapastas, y que marca la hoja de ruta de un producto que se queda en una cómoda superficie ideológica en todos sus aspectos: el humor negro, su presunto ingenio excéntrico, sus afectadas interpretaciones —¡qué actor tan extraño es Sam Rockwell!—, y su anodina resolución formal, con mención especial para una banda sonora original firmada por Nathan Larson más adecuada para una de esas series cool emitidas por Cuatro o La Sexta.
Las cortapisas de Gregg se hacen sangrantes en su retrato de las relaciones que Victor mantiene con la supuesta médico por la que se siente atraído (Kelly Macdonald) y con su madre —ilustrada esta última con unos horribles flashbacks—. El conformismo que planea sobre tales componentes dramáticos, fundamentales, vuelve a confirmar que no sólo el ámbito de la comedia mainstream, la que representan Kate Hudson o Cameron Diaz, está corrompido por argumentos de fondo tan rancios como siempre. Vista Asfixia, también ese cine llamado “independiente” está atrapado por evidentes limitaciones de actitud y talento. Algo especialmente grave cuando uno se ha propuesto lidiar con un tipo como Chuck Palahniuk, entre cuyos defectos no se cuenta precisamente el amoldamiento a fórmulas autocomplacientes a medida de quien lo versiona... y de quienes contemplan el resultado.