Cuando una producción llega a aunar varios actores de primera como es el caso de Appaloosa, la mayor parte de veces el resultado no puede ser bueno. El principal motivo es que no lo necesita, cuenta con un reclamo demasiado poderoso para asegurarse el público de antemano. La labor de negociación previa para organizar reparto hace que los productores que han logrado reunir capital abandonen todo interés por la autoría u opinión de la crítica, lo que interesa a toda costa es asegurar la rentabilidad para la audiencia, por lo que harán lo posible para que los recursos fáciles abunden en la pantalla sobre el peso del guión.
No obstante existen excepciones a ese control de producción. Como cuando un director en estado de gracia logra hacer de reclamo para que esos actores quieran a toda costa trabajar con él. O como en Appaloosa, cuando quien manda es uno de los propios actores, que con la camaradería y complicidad de sus compañeros de gremio hace que las negociaciones se vuelvan mucho más sencillas.
Ed Harris es uno de esos casos de actores cuyas inquietudes le han llevado a dar el salto tras la cámara. En la critica de El último voto mencionábamos la desigual trayectoria de Kevin Costner en esa labor, donde hay casos rotundamente admirables como el de Clint Eastwood y otros que generosamente calificaríamos de olvidables, como el de Matt Dillon. Harris, tras Pollock (2000) se lanza aquí a un western que sorprende por el grado de complicidad que ha sabido lograr con la crítica. Una buena puntuación en IMDB, varios defensores en Rotten Tomatoes... Incluso la más tibia de las puntuaciones hace dudar en qué pensaban todos esos críticos mientras veían la película. En qué soñaban mientras tenían la suerte de dormir frente a ella. Qué grado de simpatía fue determinante y con cuál de los actores para no calificar debidamente a este western apolillado cimentado sobre cuatro tópicos insípidos y un grupo de actuaciones de esmerada planicie para aborregar a sus grandes figuras. Más aún, qué hace a un actor dirigir a tantos compañeros de talento sin darles un ápice de alma más allá de la que el refrito puede imponerles, convirtiéndolos a todos en sacos de huesos arrastrándose con desidia por un guión que nadie parece entender y cuya incomprensión no genera en sus responsables la menor frustración sino un cuestionable compromiso con el tedioso discurrir del metraje.
Con semejantes dudas nos enfrentamos a sheriffs o forajidos cuya única razón de ser es un errático argumento que desde la poca altura propia de la simpleza entra en barrena y vaga durante casi dos horas hasta que alguien decide hacer avanzar leve y perezosamente su trama hacia el maldito final.
Su argumento ya apuntaba directamente al núcleo de la indiferencia. Virgil (Ed Harris) y Everett (Viggo Mortensen) son contratados como sheriffs del pueblo. El anterior ha sido aniquilado por Randall (Jeremy Irons), el jefe de los rufianes cuyos motivación o moral no difiere en falta de contenido de ninguno de los demás personajes que pueblan ese conjunto de escenas vacías que se acumulan sin criterio. Virgil, mientras lee un periódico se enamora repentinamente de Allison (Renée Zellweger), cuya mayor aportación es demostrar que Appaloosa iba igual de justa en fotografía que en maquillaje al exhibir una total carencia de atractivo. Por lo demás se comporta como un ser perturbado de líbido esquizoide… y al personaje de Harris no le importa: las cornamentas no entienden de coherencia cuando nada afecta realmente a nadie. Ser enigmático lo llaman. Sólo la lenta aproximación a un final que se alarga demasiado puede generar algún tipo de reacción en los muertos andantes de Appaloosa.
Puede que entre sus silencios y diálogos de torpeza sonrojante, entre su historia de desarrollo pueril, alguien pueda recordar grandes valores del western y enfrentando la elaboración de las grandes superproducciones quieran encontrar en la burda naturalidad de esta algún logro que se nos escapa. Se siente. Mientras la banda sonora aparece y desaparece con sus asíncronas intervenciones desganadas, los visionarios creerán apreciar entre las 4 casas que forman el triste poblacho de Río Seco algo diferente a un cacho de secarral cuyo apelativo califica al talento e inspiración de sus autores, y que paradójicamente se convierte en un espacio vacío en que la crítica mayoritaria ha sembrado su propia cosecha. Con esa perspectiva bastará con su rancia propuesta y Appaloosa será algo más que una terrible película a la que esta crítica no puede hacer justicia