Como Al Gore interplanetario que nos advierte sobre los efectos de la degradación medioambiental, Keanu Reeves resulta muy poco convincente
Le dejan a uno desconcertado las reiteradas proclamas que contiene esta película en torno a la necesidad de que los seres humanos cambiemos de actitud si no queremos extinguirnos como especie o destruir la vida sobre la Tierra. Dan ganas de pedirles al director Scott Derrickson, al guionista David Scarpa y al protagonista Keanu Reeves un mínimo de coherencia: ¿cómo puede pontificarse acerca de hábitos —desaprensivos con la naturaleza o violentos— a modificar, cuando la expresión cinematográfica que se está empleando para ello no es más que un reciclado oportunista de la empleada, y mejor, hace casi sesenta años?
Recordemos que la película original en que se basa Ultimátum a la Tierra, realizada en 1951 por el competente artesano Robert Wise con Michael Rennie y la gran Patricia Neal como protagonistas, era un prodigio de sincretismo narrativo, atmósfera noir y progresismo ideológico. La historia de Klaatu, un extraterrestre que llegaba a nuestro mundo acompañado por el gigantesco sirviente robótico Gort para advertirnos sobre los perniciosos efectos de la carrera armamentística, se ha convertido por derecho propio en un clásico del cine de ciencia ficción producido en Estados Unidos durante la década de los cincuenta del siglo XX. Una película ejemplar en el género que la engloba, como muestra de serie B, y como alegoría de múltiples significados políticos y hasta religiosos.
Tenía uno la secreta esperanza de que, tras la cripto-cristiana El Exorcismo de Emily Rose, el Scott Derrickson seguiría las vetas interpretativas apuntadas. Habría supuesto añadir a un producto de descarado talante comercial algunas gotas de polémica o delirio. Pero lo único en que se aprecia su presencia como cineasta es en el alargamiento innecesario de varias secuencias a base de intriga, melodrama televisivo y efectos visuales, para alcanzar los 106 minutos frente a los 92 que duraba la primera cinta, quién sabe debido a qué ocultos designios de producción. Por lo demás, lo que se nos cuenta es exactamente lo mismo que en 1951 aunque, debido a la dispersión que provoca el exceso de metraje, de manera mucho menos efectiva.
Es cierto que Ultimátum a la Tierra versión 2008 pretende actualizar el discurso apelando, más que a la erradicación de los instintos humanos agresivos —que también—, a la conciencia sobre la degradación medioambiental que sufre nuestro planeta. Pero como Al Gore alienígena, la verdad es que el nuevo Klaatu es muy poco convincente, quizás porque Keanu Reeves está tan mal en el papel como (casi) siempre o porque, curándose en salud los responsables del film, no se le han puesto en la boca más de tres o cuatro frases. Entre las que no falta, aunque metida con calzador y delatando la afasia global de este remake, aquella mítica “Klaatu barada nikto”.
Así las cosas, hay que contentarse con un festival de efectos digitales de los que se abusa, como es hoy habitual, hasta el punto de desgraciar la verosimilitud de Gort; y con la conclusión cínica sobre la película que nos regalaba un colega saliendo del pase de prensa: “¿Será que como la naturaleza humana es inmutable también han de serlo las películas? ¿Será ése el sentido último de haber hecho otra vez exactamente lo mismo?” En ese momento no se nos ocurrió responderle que los seres humanos al menos no vamos a peor, como sí lo hace el cine comercial norteamericano temporada tras temporada.