Un biopic que ni por un solo instante se atreve a salirse de sus propios márgenes establecidos.
Yannis Smaragdis dirige esta producción helena donde ha habido un alto grado de participación española. Su propósito final es ilustrar una biografía novelada sobre el famoso pintor griego Domenicos Theotocopoulos, rindiendo un homenaje al artista, que vivió a caballo entre los siglos XV y XVI. Le veremos en su Creta natal para luego pasar a trabajar a las órdenes de Tiziano en Venecia, y finalmente asentarse en Madrid primero y Toledo más adelante, empleándose oportunos saltos temporales para darle agilidad a la narración.
Nos hallamos pues ante una película biográfica bastante academicista, que esquiva caer en el terrible foso de los telefilmes gracias a su cuidada factura técnica. La fotografía y los decorados se alían para lograr que las imágenes tengan una cualidad pictórica que resulta cuando menos curiosa (véase cómo se recrea el proceso de elaboración de algunos de los cuadros más famosos del protagonista). El vestuario –obra de Lala Huete– también está a la altura de las circunstancias. Finalmente, la música de Vangelis tampoco es desdeñable, aunque tal vez pase demasiado desapercibida y hubiera requerido de un mayor protagonismo en algunos pasajes.
El modo usado para transportarnos a través de la historia es una omnipresente voz en off que no molesta en exceso, pero que tampoco dice mucho a favor de la confianza que tiene el realizador de la cinta a la hora de lograr hacernos entender lo que sucede sin echar mano de un recurso tan manido en este tipo de producciones.
Más complicado resulta llegar a sentir algo por ninguno de sus personajes. El Greco (un correcto Nick Ashdon) se nos muestra como el héroe indiscutible de la narración, con un clarísimo oponente encarnado en la figura del sacerdote Niño de Guevara (Juan Diego Botto), que resulta tan estereotipado que prácticamente cualquier espectador algo avispado podría pronunciar todas sus frases antes siquiera de que éste abra la boca. La interpretación de Botto tampoco logra imprimirle más carácter a su maniquea figura.
Por otra parte, Laia Marull y la gran mayoría de actores griegos realizan correctamente su labor –obviaremos los comentarios acerca del pésimo doblaje de la actriz española–, pero la sensación final que queda es de que estamos ante un biopic que ni por un solo instante se atreve a salirse de sus propios márgenes establecidos.
La recreación de la vida del pintor es correcta y hay algunas reflexiones de cierto calado –repetidas en exceso–, pero la falta de corazón de la que adolece todo el producto final hace que a medida que transcurren los minutos se vaya perdiendo paulatinamente el interés, sobre todo en vista de que el relato prácticamente dura dos horas. Aun así, hay que reconocer que El Greco merecía que alguien pusiera su vida en imágenes.