Debemos contar la mayoría de las decisiones de Velázquez como aciertos.
El segundo largometraje del realizador salmantino Gabriel Velázquez, tras dirigir al alimón con Chema de la Peña el interesante falso documental Sud Express (2005), ahonda en una variación de la relación paterno-filial. Siendo uno de los pilares de la psicología humana en los años de infancia y formación, han sido abundantemente tratadas en el cine. La influencia de padres sobre hijos y viceversa dan lugar a cientos de aristas y recovecos emocionales muy adecuados para una ficción al hallarse llenos de riquísimas consecuencias. En Amateurs, inspiradísimo título, el realizador y guionista (junto a Blanca Torres) apunta a una de sus posibles variantes, la de la ausencia de esta relación desde ambos puntos de vista: el de la hija, una adolescente francesa que se encuentra sin referencias tras la muerte de su madre; y el del padre, un obrero vallecano a punto de jubilarse que no encuentra a nadie sobre el que proyectar sus sentimientos en el final de sus días.
Velázquez empieza a encauzar su carrera en solitario como realizador tras pasar por distintas etapas desde sus comienzos en el mundo del cine, allá por el 96: asistente de dirección y producción, guionista, cortometrajista, productor y director. Conocedor de las dificultades de sacar adelante un largo en España, concibe sus proyectos desde premisas sencillas que sin embargo no le impiden tocar temas hondos. En Amateurs debemos contar la mayoría de sus decisiones como aciertos. Por ejemplo, la representatividad de los personajes elegidos, al tratarse de supervivientes que buscan el calor de un afecto, alejándose de interpretaciones históricas o sociales que bifurcarían la narración. O la decisión de contar con actores no profesionales para interpretarlos, en algún caso con un resultado soberbio. O la elección del punto de vista de la cámara para narrar la historia, siempre desde una habitación contigua, a través de una puerta o ventana que encuadra la persona filmada, situando al espectador como un observador fortuito. Y también el leve temblor que acompaña a la cámara en todo momento, dotando a las imágenes de una fragilidad muy apropiada.
Blanca viaja hasta Vallecas en busca de su padre y encuentra a Nieves, viejo, enjuto, cabreado con la vida, sólo. Nada les une, excepto el dolor de una ausencia. Una carambola vital les ha puesto uno frente al otro y, una vez más en sus vidas, tendrán que elegir. Velázquez narra de manera concisa y cortante, eliminando imperfecciones de los actores no profesionales por montaje, el cauce por el que transcurren los pensamientos de sus personajes. Hay más silencios que diálogos, y cuando los hay, nunca son para expresar sentimientos o necesidades, sino banalidades. Como en la vida real.
Los autores consiguen trasmitir la crudeza, controversia y belleza de su historia desde un estilo premeditadamente áspero y con un presupuesto y premisa mínimos, obteniendo el máximo rendimiento narrativo y emocional de un material exiguo. También les debemos habernos dejado un retrato casual de cierta parte del carácter español: áspero, sincero, descarnado, brutal.