Aunque es su primer largo rodado bajo el auspicio hollywoodiense y con actores del 'star-system', el realizador ha sabido mantenerse fiel a sus señas
El cineasta nacido en Shanghai pero adoptivo de Hong-Kong Wong Kar Wai, es una de las últimas figuras de culto que ha dado el mundo cinematográfico. Siempre parapetado detras de unas gafas de sol y de personalidad algo tímida, saltó a la fama al hilvanar una serie de películas que dejaron huella en el público occidental. Chunking express (1994), Happy together (1997) y, sobre todo, Deseando amar - In the mood for love (2000), cuentan con un rosario de premios, nominaciones y seguidores que esperan una nueva cinta del director como se esperan las palabras de un vidente para explicarnos qué nos depara el futuro.
Wong Kar Wai es un esteta del cine, un narrador de luces, reflejos y colores, que deja correr la trama de sus películas por los alambiques de las imágenes que compone. Más obsesionado con provocar una sensación que en cumplir los cánones narrativos, su peculiar estilo puede provocar la adhesión o rechazo a partes iguales, pero si se logra empatizar con él, puede resultar sobrecogedor. Dueño de una estética muy particular, digamos cromática, de la que gran parte de la autoría recae en el excelente director de fotografía Christopher Doyle (presente en casi todas sus obras aunque no en esta), sus tramas narrativas suelen limitarse al dibujo del mapa de los sentimientos de sus personajes. De ahí que casi siempre transcurran en secuencias cortas y lugares cerrados que permiten al director el rastreo de los mínimos gestos y detalles de sus caras.
My blueberry nights no se sale de este estilo. Aunque es su primer largo rodado bajo el auspicio hollywoodiense y con actores del star-system, el realizador ha sabido mantenerse fiel a sus señas. La cinta es una historia de encuentros y desencuentros, de personas componiendo sus sentimientos que buscan estrategias de comportamiento y amor en las actitudes que ven en la gente que tienen alrededor. Corazones solitarios, desarropados, buscando un momento de calor.
A pesar de que el film cuenta en su argumento con bastantes licencias poéticas que minan su verosimilitud, realmente no es importante de cara al resultado final. Wong acorta o dilata el tiempo a su gusto y busca siempre un ángulo muerto desde donde retratar los que sucede: a través del neón de una cafetería, detrás del humo de cien cigarrillos en un pub, aprovechando el resquicio de luz que dejan los dos segundos que tarda en cerrarse una puerta. Se puede estar de acuerdo o no con el resultado final, pero la conciencia del gusto está presente en todo momento y se constata su resultado.