Sus secundarios de lujo sirven para poco más que para alegrar la vista cuando su veteranía impregna la pantalla.
Brad y Kate son una pareja residente en San Francisco perfectamente compenetrada. Ambos comparten los mismos gustos y aficiones, y no les importa enfrentarse a nuevos retos que aporten algo de sabor extra a su relación. Además, cuando llegan las fiestas navideñas suelen inventarse alguna historia para poder irse de vacaciones a algún destino exótico, sin tener que pasar por los prácticamente inevitables compromisos familiares típicos de esas fechas.
Al principio de Como en casa en ningún sitio presenciamos a una pareja protagonista plenamente realizada, feliz y con las ideas muy claras. Por supuesto, al encontrarnos con una de esas películas con vocación claramente comercial proveniente de Estados Unidos –y tal y como nos retratan su peculiar modo de encarar la vida–, los espectadores estamos seguros al 99% de que esa situación no puede durar, y de que por mucho que los protagonistas crean ir por el camino correcto, pronto deberán cambiar para poder integrarse en una sociedad donde lo más importante es la familia, adaptándose a los cánones establecidos.
Es así como la anulación del vuelo que iba a llevarles de vacaciones provoca que los protagonistas realicen en un mismo día cuatro visitas, a casa de los padres y madres de ambos (todos están divorciados). En cada una de las paradas del viaje descubrirán pequeños secretos del pasado de su pareja, se enfrentarán a miedos arraigados y su relación se tambaleará, justificando que en el fondo ellos no están tan bien como en un primer momento nos parecía. Moralina barata hollywoodiense, en definitiva.
Dejando de lado el trasfondo moralista, la cinta tampoco funciona demasiado bien como comedia. La primera visita es la más destacada en el conjunto del filme –por el juego que dan los personajes que allí se nos presentan, y también gracias al gag final–, pero a partir de ahí se inicia un declive que mantiene a la trama moribunda hasta llegar a su conclusión. Sólo unos cuantos golpes de humor aislados y la gestualidad de un Vince Vaughn que lo hace bastante bien logran levantarla en momentos puntuales. Tampoco lo hace mal Reese Witherspoon, pero el guión no da para más.
A destacar la presencia de unos cuantos secundarios de lujo para interpretar a los progenitores de la pareja protagonista: Robert Duvall, Sissy Spacek, Mary Steenburgen y Jon Voight. Sin embargo, sirven para poco más que para alegrar la vista cuando su veteranía impregna la pantalla.
Concluyendo, una comedia navideña demasiado facilona como para merecerse algo más que un visionado televisivo –plagado de anuncios de turrones y perfumes, faltaría más– en una tarde de fin de semana.