Hace tiempo que las películas de Ken Loach dejaron de sorprenderme; parece que uno va al cine sabiendo lo que le van a contar: represiones e injusticias sociales, sacrificio personal en bien de la masa, sindicalismo de Barrio Sésamo, etc...; no obstante cada vez que se estrena una película suya mueve a muchos bien pensantes que convierten el ir a verla en todo un acto social; se supone que pagar por una película de Loach –y además, que te guste- es algo irremediablemente progresista, moderno, humano y concienciado socialmente; si no, es que no tienes corazón, eres pepero, racista, abusas sexualmente de tus hijos, todos los años vas a llorarle a la Virgen de Lourdes y estás a favor de la condecoración fascistas asesinos.
Ahora, reconozcamos como la mayoría de los directores que se consideran “autores” cuentan, casi siempre, la misma película; eso es algo que se llama estilo, marca, firma; no es la misma obra en la base pero sí en la “maniera”; eso es del todo loable –y necesario- para que la obra artística tome nombre y apellidos, para que se convierta, automáticamente, en algo más allá de mero celuloide, en algo singular, subjetivo y ricamente personal; se dice “una de Truffaut” o “otra de Almodóvar” etc... y ya se sobreentiende la huella, siempre gozosa, del Autor; pero en el caso de Ken Loach, lo que se tiene por “su estilo”, su marca, es mera redundancia; a veces más o menos afortunada -Tierra y Libertad- y otras no tanto.
En “Pan y Rosas” un grupo de “espaldas mojadas” cruza la frontera con los Estados Unidos en busca de un futuro mejor; una vez allí, adivinen lo que va a pasar...: sufren la explotación por parte de la grandes firmas, la “eterna y malvada mano negra” que los veja, les paga menos de la cuenta y cuando puede los devuelve a su país de origen, humillados. No es que critique la calidad fílmica de la película; posee buena estructura, excelentes interpretaciones, el comienzo es poderosos y angustioso, pero al cabo de media hora cualquiera que haya visto una película de Loach puede adivinar por dónde van a ir los tiros; y eso, SIEMPRE es aburrido; luego están los que piensan que lo aburrido es muy profundo y tal, pero ese es otro tema.
Loach sufre una falta de originalidad preocupante en alguien que se quiera considerar autor y un nulo esfuerzo por innovar; me daría igual si en vez de él, fuera un director de Hollywood; está claro que allí, desgraciadamente, trabajan para la agria industria americana y se tienen que ceñir a unos cánones –no pueden ir de Man Ray-, porque hay que comer al final de mes; no obstante, los directores europeos pueden ser –son- autores de sus obras. Ken Loach, no obstante, lleva pintando el mismo cuadro desde hace mucho tiempo; los colores no son los mismos, pero la base que hace el film –lo que pinta- siempre es similar, al contrario de los verdaderos autores que se asemejan por sus pinceladas, por la forma de utilizar sus finas brochas; nunca por el resultado final.
De todos modos, cabe recordar que esto de las críticas nunca son objetivas; sólo doy mi opinión y fílmicamente, la película se mantiene pero a mí me quedó el regusto de algo demasiado conocido, de resabida batallita del Abuelo Cebolleta; pero recordemos que eso es normal, ya que en el cine convencional –no experimental- los argumentos, las tramas, son limitadas y todas sobradamente conocidas; no obstante aquí eso huele. Demasiado.
De todos modos, parece ser que por plantear un tema de contenido social y ponerse de lado de los que son -obvia y penosamente- desfavorecidos –¡Cuidado!, no le llamemos oportunismo- ya se merece el respeto; pues bien, seamos generosos –siempre- y pongámosle un 6, aunque algunos de los que la aplauden gozan de la High Tech, de la tele por satélite y de criada peruana –antes filipina- con cofia en casa; y a saber lo que les pagan; qué asco.