Todo el envoltorio de la producción hace que el argumento entre de forma placentera por los ojos de los espectadores.
Nos llega una nueva versión cinematográfica de la obra teatral Virtud fácil, del laureado Noël Coward. La anterior adaptación –estrenada por estos lares bajo el título de Vida alegre– data de 1927, cuando un todavía desconocido Alfred Hitchcock que aún no había dado el salto a Estados Unidos (ni al cine sonoro) plasmó en imágenes esta historia, típico ejemplo dentro de la carrera del dramaturgo inglés, por lo que tiene de análisis de la sociedad de su tiempo.
John Wittaker (Ben Barnes) se ha casado recientemente y de forma un tanto impulsiva con la intrépida americana Larita (Jessica Biel), y decide viajar con ella hasta Inglaterra para presentársela a sus padres, gente conservadora y de buena familia que no terminará de ver con muy buenos ojos la relación. La oposición más firme la mantiene la madre de John (interpretada por Kristin Scott Thomas), mientras que un extrañamente desaliñado Colin Firth da vida al sarcástico padre que se apiadará de la joven en determinados momentos.
Todo el envoltorio de esta producción hace que el argumento entre de forma placentera por los ojos de los espectadores. La ambientación de época es soberbia, así como el vestuario, la fotografía, la música –con simpáticos guiños a canciones contemporáneas, como el Sexbomb de Tom Jones– y la elección del reparto en general (no podía faltar ese mayordomo flemático que transmite mucho más con sus silencios que con sus palabras).
La realización, sin embargo, renquea en según qué pasajes, delatando a un Stephan Elliott que saltó a la fama por Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (1993), pero que desde entonces sólo ha dirigido dos películas más, datando Ojos que te acechan de hace ya nueve años. La falta de pericia acaba transmutándose en precipitación y sincopación innecesaria de algunas imágenes, aunque también hay que reconocerle al australiano determinados aciertos de una lograda belleza.
Por lo demás, estamos ante una agradable comedia costumbrista donde se dan ciertas pinceladas acerca de cómo los escándalos y los cotilleos pueden afectar a las personas que sólo intentan huir de ellos para empezar de cero. En los primeros tramos del metraje hay destellos de ingenio verbal que tal vez puedan remitirnos a Woody Allen, pero también es cierto que según se acerca el desenlace se pierde parte de esa chispa, dándole a esta cinta un final más cercano a un drama suave. Aun así, en Una familia con clase hay suficientes reflexiones interesantes como para que logremos pensar a la vez que sonreímos.