Bien apoyado en todas las facetas técnicas, al realizador sólo hay que reprocharle algún desfallecimiento del ritmo.
A pesar de su escasa producción, la cinematografía danesa puede mencionarse como una de las más influyentes de entre las europeas. Baste señalar entre los clásicos a Carl Theodor Dreyer, autor de la inmortal Ordet (1955) o entre los actuales a Lars Von Trier, autor de Bailar en la oscuridad (2000) y precusor del Dogma, un decálogo de reglas formales seguido por un puñado de realizadores que revitalizó el cine durante los años 90, para constatarlo.
Flame y Citron viene avalada por ser la producción más cara que se ha realizado en Dinamarca hasta la fecha, unos 6 millones de euros. Lejos de ser una celebración de la heroicidad de la resistencia danesa ante el nazismo, como puede parecer desde aquí, la película es una bofetada a cierta hipocresía de los daneses por el escaso rechazo que mostraron al movimiento nazi. La cinta combate y cuestiona el sentimiento general que existe entre ellos de firme oposición a la barbarie, cuando en realidad apenas se planteó resistencia a la llegada de sus tropas y la rebelión no contaba con más de mil personas que debían pasar grandes calamidades por la falta de apoyo de sus vecinos. Además, en ningún momento existió un líder que la encabezase, sino que era dirigida desde el exterior por británicos y disidentes alemanes.
Con un acertado uso de imágenes documentales, el director Ole Christian Madsen comienza con una voz en off que cuestiona al espectador dónde se encontraba cuando se produjo la ocupación y qué hizo para evitarlo. El resto de la cinta, siguiendo la estela de la muy estimable pero desapercibida El libro negro (Paul Verhoeven, 2006) realiza un retrato de la resistencia desde dentro, siguiendo a dos de sus componentes y sobre todo, remarcando las enormes dificultades para llevarla a cabo ante la falta de ayuda, el aislamiento y la escasez de recursos de todo tipo.
Bien apoyado en todas las facetas técnicas, al realizador sólo hay que reprocharle algún desfallecimiento del ritmo y un extrañísimo, por antiguo, uso del zoom en una secuencia dialogada. El resto de su largo metraje se sigue con interés, debido sobre todo al buen trabajo de sus dos actores protagonistas Thure Lindhart y Mads Mikkelsen. Ambos son dos estrellas danesas de proyección, el primero famoso por su capacidad de transformación física, el segundo por ser un sólido interprete que ya ha saltado las fronteras de su país, al que hemos podido ver en la reciente Quantum of solace (2008) de la saga Bond e incluso aquí, en España, en Torremolinos 73 (2003).
Como la citada cinta de Verhoeven, Flame y Citron plantea un interesantísimo debate acerca de la verdad. Si ya hoy día se plantea casi imposible discernir entre verdad y mentira cuando son tantos los intereses existentes alrededor de unos hechos, las circunstancias de un estado de guerra aumentan el nivel de confusión y las fuentes de información hasta niveles paranoicos. Diferenciar lo que es cierto de lo que no lo es en estas circunstancias se presenta como una auténtica tarea de héroes.