Sus estereotipos interpretativos, dramáticos y formales garantizarán a 'Revolutionary Road' un puñado de nominaciones a los próximos Oscar, pero la harán caer en el olvido pasadas un par de temporadas.
Dada la mediocridad de este cuarto largometraje dirigido por Sam Mendes, quien tras el fiasco crítico y popular de su mejor película, Jarhead (2005), ha optado por replegarse en los temas y ambientes que caracterizaron su ópera prima, la oscarizada American Beauty (1999), dando muestras evidentes de anquilosamiento en el comeback, nos parece más enriquecedor calar en las intenciones de Revolutionary Road atendiendo a su principales intérpretes: Kate Winslet y Leonardo DiCaprio.
Todo el mundo sabe que ambos coincidieron hace más de una década a las órdenes de James Cameron en Titanic (1997), cuyo descomunal éxito mucho tuvo que ver con la fugaz y trágica pasión amorosa que vivían a bordo del buque condenado Rose DeWitt (Winslet) y Jack Dawson (DiCaprio). Lo agradecido del romance que florecía entre ambos personajes es que no tenía tiempo de mostrar sus espinas; todo era entre Jack y Rose euforia presente y promesa de futuro, expectativas ardientes inspiradas por ese mutuo arrobamiento inicial en el que hay mucho de representación de lo mejor de nosotros mismos y poco de realismo acerca de nuestros defectos y nuestra inadecuación al otro.
¿Qué hubiese sucedido si Jack no hubiese muerto congelado en aguas del Atlántico? Revolutionary Road se constituye desde este punto de vista en una suerte de What if? amargo, en una secuela pesadillesca de Titanic: las bohemias aspiraciones de Jack como pintor habrían dado paso voluntariamente a un conformismo cobarde hasta límites insospechados, y las ansias de Rose por reivindicarse como mujer contra los imperativos decimonónicos habrían desembocado en una sumisión inconsciente a los dictados de la sociedad del bienestar.
Porque Revolutionary Road se ambienta hace cinco décadas, en un suburbio confortable y anodino de Connecticut. Pero sus dardos críticos no están dirigidos tanto contra las represiones que han impuesto al individuo momentos históricos concretos, como contra la capacidad del sistema, no importa la época, para adormecer nuestros talentos en nombre de la comodidad y la seguridad. Y, lo que es quizás más novedoso y está mejor definido en la novela de Richard Yates que ha dado lugar al film, contra nuestras propias imposturas a la hora de considerar nuestro carácter, que nos gusta imaginar más bravío y romántico del que resulta ser cuando es puesto a prueba por la realidad.
Lo triste es que la concreción en pantalla de tales apreciaciones por parte de Sam Mendes nos remite a la primera escena de la película, aquella en la que April Wheeler (Winslet), aspirante a actriz pasada de fecha, hace el ridículo en una representación teatral de aficionados ante sus vecinos y su marido Frank (DiCaprio), preocupado ante todo por las apariencias. Mendes se revela agarrotado y artificial en el desarrollo de la descomposición matrimonial que conforma la película; sus protagonistas absolutos parecen atrapados en una mala función cuyo director hubiese estado más pendiente de la disposición en el escenario de los muebles y las luces que de inculcar a los actores un trasfondo, más allá de los tópicos, para los exhibicionismos gritones y llorosos que despliegan en pantalla.
Siendo una película tan virulenta con el conformismo, Revolutionary Road adolece, desde la poco inspirada puesta en escena a las casi autoparódicas fotografía de Roger Deakins y banda sonora de Thomas Newman (colaborador habitual de Mendes), de una brutal capitulación a los estándares del cine hollywoodense aspirante al marchamo de calidad y las nominaciones a los Oscar. El resultado es un conjunto de estereotipos interpretativos, dramáticos y formales con los que muchos se sentirán cómodos por seguir reconociendo en ellos las constantes que siempre han asociado con el cine “de prestigio”; pero al espectador que tenga frescos en la memoria títulos como Un extraño en mi vida, ¿Quién teme a Virginia Woolf? o Secretos de un matrimonio, poco puede aportarle este drama poco novedoso y tan aburguesado como el ambiente que retrata.
Si hubiera que ligar el film de Mendes con otra película en función de sus propósitos y sus fallidos resultados artísticos, sería con la recientísima Juegos Secretos (2006). Otro drama de clase media que también contaba con Kate Winslet en el reparto, también fue candidata a unos cuantos premios, y también ha caído en el olvido apenas dos años después de su estreno. Como va a ocurrir con Revolutionary Road.