Zannou resuelve con pericia el relato, utilizando sencillos recursos en los momentos adecuados.
Lejos de ser lugares de habitabilidad idónea, las grandes ciudades albergan cinturones de modestos barrios cuyos habitantes crean una cultura propia de enorme fuerza: jerga, vestimenta, música y costumbres propias. Mayormente obreros y compuestos por emigrados de otras poblaciones menos favorecidas económicamente, conforman un universo de gentes cuya peripecia vital casi siempre es digna de ser narrada. Gran parte del cine español de las últimas décadas ha bebido en este caldo, desde la primigenia Deprisa, deprisa (1981, Carlos Saura) hasta gran parte de la filmografia de Eloy de la Iglesia. Cineastas como Pedro Almodóvar deben parte de su estilo a esta fuente y, más recientemente, hay que mencionar las estupendas Barrio (1998, Fernando León de Aranoa), El bola (2000, Achero Mañas) y Tapas (2005, Juan Cruz y José Corbacho, 2005).
Una de estas historias puede ser la propia biografía del director y guionista Santiago Zannou. Hijo de inmigrante africano y española, se crió en el madrileño barrrio de Carabanchel hasta que a los 19 decidió sufragarse con empleos temporales sus estudios en la Escuela de Cine de Barcelona. Su hermano Woulfrank Zannou, compositor de la música de la película, dispone hace unos años de un estudio donde en alguna ocasión ha grabado el grupo La Excepción. Este trio madrileño del barrio de Pan Bendito se dió a conocer hace un par de discos por su acertada mezcla de hip-hop y flamenco, y por sus letras en cheli, jerga gitana, con gran sentido del humor. El Langui (Juan Manuel Montilla) es uno de sus componentes, de fácil distinción al ser discapacitado físico.
Es lógico hilvanar que el argumento del film se nutre de las biografías de los citados. El otro ingrediente es la honestidad, ya que su grabación es a pecho descubierto, sin escatimar al espectador un gramo de dureza ni de ternura en las acometidas que la vida les depara a sus protagonistas. Basta destacar dos secuencias, la primera, con la que se abre la función, nada menos que casi un plano secuencia de Langui duchándose. Lo que para cualquiera de nosotros es un acto inconsciente se transforma para él en una tarea de titanes, en la que su rostro va mostrando consecutivamente impotencia, dolor, hartazgo y rabia. La segunda llega durante el climax de la narración cuando, con todos los problemas a punto de estallarles en la cara, Adolfo le dice a su amigo que se raja, que no sigue. La réplica de Langui, incluyendo la recriminación que ha dado lugar a la frase publicitaria de la cinta ("A mí no me digas que no se puede"), es todo un canto al triunfo de la voluntad humana.
Con apenas un par de cortos como bagaje y algunos videoclips, Zannou resuelve con pericia el relato, utilizando sencillos recursos en los momentos adecuados. Cabe destacar el uso de la grúa o cabeza caliente en un par de secuencias que ayudan a situar el entorno social, a la vez que provocar reflexión debido al alejamiento de la cámara y la aparición de la música. También el plano fijo, centrado y sin escorzo, usado tanto en una situación cómica como cuando graba el castigo que la ciudad impone a un discapacitado como el protagonista. O los teleobjetivos para filmar comienzos o finales de escena, sobre todo si estas tienen lugar en sitios singulares o llenos de gente.
No podemos dejar de mencionar el trabajo interpretativo de Langui. Lejos de ser un actor, y con algunos errores respecto a la intensidad que debe aplicar en según que escena, posee una gran intuición acerca del oficio de actuar. Su nivel de sinceridad y emoción es de tal voltaje que es acertado mencionarle para cualquier premio interpretativo.