Con decir que en Estados Unidos se ha estrenado directamente para el mercado del DVD tenemos alguna pista más de sus resultados.
Nueva comedia protagonizada por Rob Schneider, que en esta ocasión pasa también a dirigir una trama donde un estafador inmobiliario es condenado a tres años de prisión. En los meses que transcurren hasta su ingreso en el centro penitenciario le veremos entrenarse denodadamente para conseguir sobrevivir a su estancia entre rejas.
La película hace hincapié en diversos aspectos de la vida carcelaria de sobra conocidos gracias a otras cintas. Entendiendo la violencia como base de las relaciones entre los internos, el protagonista intenta parecer como un tipo duro a base de tatuajes, músculos y técnicas de combate orientales, todo con tal de no acabar víctima de repetidas violaciones a manos de los demás presos, uno de los puntos más machacados a lo largo del metraje.
Sin embargo, pese a sus esfuerzos, tendrá que ser un experto en artes marciales –y autodenominado El Maestro (David Carradine)– quien logre trocar al raquítico protagonista en una máquina de combate, lista para convertirse en el amo de la prisión. Allí es donde empieza una segunda parte del film, cuya trama nos presenta a un alcaide que pretende hacer un polémico negocio inmobiliario que levantará airadas reacciones.
No nos vamos a engañar: El gran Stan es una comedia bastante limitada que basa todo su potencial humorístico en los chistes escatológicos –hay una obsesión recurrente (e irritante) con los traseros– y en una serie de ocurrencias muy básicas. Logra arrancar algunas sonrisas al espectador, algo destacable viendo cómo está la comedia estos días, pero en ningún momento escapa de una construcción plana, previsible y aburrida con la que nos intenta mantener pegados a la butaca durante más de cien minutos (duración a todas luces exagerada). Con decir que en Estados Unidos se ha estrenado directamente para el mercado del DVD tenemos alguna pista más de sus resultados artísticos.
Pese a todo, hay pocos momentos donde el espectador sienta auténtico bochorno –de nuevo, cosa rara de encontrar en el género–, y la combinación de artes marciales con el entorno carcelario se hace llevadera e incluso simpática, dependiendo del grado de exigencia que apliquemos. Añadan algún toque de humor políticamente incorrecto, la presencia de David Carradine (parodiando el estereotipo por el que se hizo famoso) y la belleza de Jennifer Morrison (secundaria en la televisiva House), y dense por satisfechos con un producto que, sin lograr el aprobado, sí queda muy por encima de bodrios con intenciones similares.