La fuerza que podía llegara a tener el relato en cualquiera de sus vertientes, política o sentimental, se esfuma a los pocos minutos de proyección.
Coproducción entre España, Francia y Alemania, La mujer del anarquista viene a engrosar la larga lista de películas de un género repudiado por gran parte del público español, el de la Guerra Civil. Aunque parece un tema agotado, cada año aparecen un puñado de cintas relacionadas con el tema. La excusa histórica suele encontrar respaldo económico en las instituciones, a pesar de que la calidad y el resultado comercial sea muy diverso. Haciendo hincapié en los matices que han encontrado los cineastas en este suceso mencionaremos la obra maestra de Víctor Erice El espíritu de la colmena (1973), la comicidad de La vaquilla (1985, Luis G. Berlanga), la tragicomedia en ¡Ay, Carmela! (1990, Carlos Saura), la visión ajena de Tierra y libertad (1995, Ken Loach), la reivindicación humana de Soldados de Salamina (2003, David Trueba), la fantasía de El laberinto del fauno (2006, Guillermo del Toro) y, como no, la recientemente seleccionada pero no elegida para los Óscars Los girasoles ciegos (2008, José L. Cuerda).
A pesar de la larga nómina, la escrita y codirigida por Marie Noelle apuntaba una temática no muy tocada, la del medio millón de exiliados que huyeron de España por la frontera catalana hasta Francia y se toparon allí con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Basada en la propia biografía familiar, Noelle relata la vida de sus abuelos españoles: la pasión idealista y política de él, que le llevó hasta los campos de concentración alemanes, la espera convertida casi en paranoia de ella, atrapada en Madrid y reconocida como mujer de un líder republicano cuando ya el resto del país comulgaba con Franco.
Por desgracia, la fuerza que podía llegara a tener el relato en cualquiera de sus vertientes, política o sentimental, se esfuma a los pocos minutos de proyección. Es difícil señalar a un responsable del desaliño, a pesar de las más de dos horas de metraje, lo que hace pensar en un más que probable original destino televisivo, quizá como miniserie, cuyo pase por las salas ha arañado algo más de rentabilidad. Por si fuera poco, es un claro ejemplo de los defectos principales que se le achacan a las coproducciones: minutos dedicados por igual a cada país participante, falta de coherencia artística en el acabado, distintas intensidades y calidad entre el equipo técnico...
Este desbarajuste se ceba principalmente con los actores. Juan Diego Botto naufraga a pesar de sus buenas intenciones en el retrato del idealista machacado por las circunstancias y María Valverde está aún verde, verdísima, para interpretar un papel de enjundia dramática. La ambientación del Madrid en plena guerra es realmente chusca, pueril, indigna de profesionales, lo que termina de rematar la mezcla con imágenes documentales al inicio del film. Y a pesar de contar con dos directores, la realización es lamentable, vergonzosa, hasta el punto de incluir tomas erróneas, fuera de cuadro y corregidas manualmente por el operador, suponemos que con la única finalidad de completar un minutaje acordado por contrato.
Salvemos el que vendría a ser último trabajo de Emilio Ruiz del Río, conocido como El mago de Hollywood. El mejor pintor, maquetador y truquista que ha dado este oficio y cuyo efecto de un edificio bombardeado sorprende como una joya en medio de la desolación.