En Mal ejemplo cuesta encontrar algo que escape de la mediocridad.
Danny (Paul Rudd) y Wheeler (Seann William Scott) son dos compañeros de trabajo que realizan juntos una ruta por diversos colegios norteamericanos, publicitando una bebida energética. Cuando se metan en líos con la justicia por estrellar el vehículo de la empresa y enfrentarse a las autoridades, ambos deberán someterse al cumplimiento de 150 horas de servicio a la comunidad, a las órdenes de una organización no gubernamental llamada Alas Protectoras.
La labor encomendada a los protagonistas durante el tiempo que deben cumplir allí, para no dar con sus huesos en la cárcel, consistirá en ejercer de mentores de dos adolescentes problemáticos. El gamberro Wheeler tendrá que hacerse cargo de un calenturiento joven afroamericano, mientras que el más serio Danny intentará penetrar en el mundo fantasioso de un friki fanático de los juegos de rol.
A lo largo de la interacción entre ambas parejas les veremos replantearse posturas vitales y realizar grandes cambios que les permitan ser mejores personas, echando mano de las típicas y tópicas reflexiones que ya podemos recitar de memoria gracias a otras producciones de características similares.
Bajo un barniz de comedia gamberra americana para adolescentes se esconde pues una historia de redención con demasiados toques sentimentaloides. Hay personajes lo suficientemente excéntricos –el niño friki o la directora de la ONG, por nombrar sólo dos– y estos se sitúan en las coordenadas adecuadas para que pudiéramos hallarnos ante una película con un par de momentos desternillantes y espacio para unas cuantas sonrisas más, todo ello situado entre un marasmo de palabrotas y la clásica colección de escenas soeces marca de la casa de Judd Apatow (no en vano aquí aparecen muchos de sus habituales, comenzando por el propio Paul Rudd).
Sin embargo, quien espere algo a la altura de Supersalidos va a salir muy decepcionado de la sala de proyección. En Mal ejemplo escasean los chistes –por no haber, incluso apenas hay de los malos–, y a la media hora ya cuesta mantenerse en la butaca sin pedir a gritos que los guionistas se pongan las pilas cuanto antes, ya que el aburrimiento es imposible de camuflar.
Podríamos teorizar diciendo que este filme sería una introducción propicia para que los futuros adolescentes se fueran familiarizando con los productos del mentado Apatow y similares, ya que el nivel de grosería se mantiene relativamente bajo (aunque ahí están los juegos sexuales metiendo una salchicha en un panecillo, o conversaciones del estilo de “Vaya cola” / “Las he visto más largas” refiriéndose a la gente que espera para entrar al servicio). Pese a todo, no pueden faltar las previsibles menciones de todo tipo a los diversos órganos genitales de los cuerpos masculino y femenino.
Resumiendo: tal vez la fórmula no haya alcanzado sus límites y aún nos esperen algunas comedias disfrutables siguiendo estos mismos parámetros, pero desde luego en Mal ejemplo cuesta encontrar algo que escape de la mediocridad.