El filme no es sino un desfile sucesivo de recuerdos en los que el recurso animado exalta su condición de cine onírico, imposible.
Ganadora del Globo de Oro a la mejor película en lengua extranjera y firme candidata a llevarse la estatuilla en dicha categoría este año, Vals con Bashir se revela como un falso documental de animación que también hace las veces de ejercicio introspectivo para su director israelí, Ari Folman.
Según el propio realizador, que ya había hecho tablas en el terreno del cine documental, raíz de una conversación con un amigo que había estado junto a él en la primera guerra en el Líbano a principios de los años ochenta, se percató que no recordaba absolutamente nada. Asombrado, decidió entrevistarse con los compañeros que tuvo en su trayecto bélico para intentar recuperar lo que inexplicablemente había borrado el poder de la negación. Además de despertar su pasado, Folman se encontró con su futuro pues era evidente que debía aventurarse en su historia para su próximo filme.
La decisión radicaba entoncés en cómo trasladar su argumento a la gran pantalla si lo único que tenía eran los testimonios de los hombres que le conocieron y que vivieron junto a él la traumática experiencia. La opción artística no podía ser más original. Hacer un filme de animación sombrío y preciosista que catapultara al espectador a un viaje a los horrores de los que fueron testigos los personajes.
Mientras los entrevistados explican lo que vivieron según lo que su memoria alcanza a recordar, el espectador acompaña a Ari, el director-protagonista (y productor, dicho sea de paso), en la recuperación de una parte perdida de su vida, en ese viaje imposible lleno de pesadillas, en un proceso de reverberación de recuerdos vagos y sentimientos exactos, a la par que desazonantes.
El filme no es sino un desfile sucesivo de recuerdos en los que el recurso animado exalta su condición de cine onírico, imposible. El impecable trabajo de su director artístico, David Polonsky, y de su equipo consigue algunas de sus más estilizadas secuencias, destilando la plasticidad de formas y la belleza de sus imágenes que, a pesar de lo que se nos está mostrando, acentúan una personalidad apocalíptica, surrealista, necesaria para entender el viaje interior que sufren los protagonistas.
Porque Vals con Bashir es todo esto y más, no sólo es un documental de entrevistas aderezado con una animación excepcional cercana al sueño, sino que también es un alegato antibelicista. Sus personajes disparan enloquecidos hacia todas partes porque no tienen ni la más remota idea de lo que deben hacer, las mujeres desfilan llorando sin saber adonde ir, los protagonistas vagan perdidos por las calles de una ciudad de la que desconocen el nombre recogiendo cadáveres y cantan canciones que claman a la muerte de los palestinos, o de los israelíes, porque al final ya no importa nada, sino la supervivencia.
Sus escasos 90 minutos nos zarandean, caen como un mísil en la conciencia del espectador aunque nos encontremos con una ausencia de conclusión. El viaje de Ari y su descenso psicoanalítico a los recovecos de su memoria no pueden tener parada porque ya no se pueden detener, no hay vuelta atrás. Sus conmovedoras últimas imágenes son las que versan el epílogo de la obra, y las que seguramente, deben prevalecer en la mente, porque forman parte de la realidad más cruel, de la vida y memoria de las personas.