Una total pérdida de tiempo que no salvarían ni los desvaríos críticos más pedantes
Representante de la faceta menos interesante de los psycho-killers, aquella que eclosionó brutalmente con La matanza de Texas (1974) y se redefinió ascéticamente en La noche de Halloween (1978) hasta derivar en los años ochenta del pasado siglo en una concepción mecanicista y fantasmática del subgénero, más pendiente del body count y los efectos de maquillaje que de aspectos más subversivos, la saga de Viernes 13 se ha ganado pese a todo un lugar en el corazón de los aficionados. Debido a su inaudita longevidad (hasta once títulos en veintitrés años) pero, sobre todo, debido al carácter progresivamente autoparódico del psicópata protagonista, Jason Voorhees, cuya máscara de hockey y su desprejuiciado empleo de todo tipo de herramientas para cometer sus crímenes ya han pasado a formar parte de la cultura popular.
Ni una sola de las once películas valía la pena por sí misma, sino como parte de un conjunto que ha ido fraguando con el público una complicidad similar a la que hoy propicia la serie de Saw. Pero no puede contar con tal ventaja una nueva versión a la que es lógico pedirle un mínimo de riesgo en la fórmula, alguna cualidad inédita que justifique, más allá de lo mercantilista, un reboot del personaje en cuestión. Al fin y al cabo, Las Colinas Tienen Ojos (2006) y, en menor grado, Halloween: El Origen (2007) y La Matanza de Texas (2004) –dirigida como esta Viernes 13 por Marcus Nispel y producida asimismo por Platinum Dunes- sí supieron diferenciarse de los originales que recreaban.
La película que nos ocupa ni lo intenta. Se trata de un mix de las tres primeras entregas de la serie original, producidas en 1980, 1981 y 1982. En un breve prólogo se nos muestra cómo la madre de Jason, que se había dedicado a asesinar cuidadores de un campamento ubicado en Crystal Lake al culparles del ahogamiento accidental de su hijo deforme, es decapitada por una de sus víctimas potenciales. Un segundo prólogo (sic), larguísimo, nos recuerda las habilidades homicidas de un Jason decididamente trastornado por la muerte de su madre, que prueban en sus carnes cinco descerebrados que se internan en sus dominios, el campamento ahora abandonado. Y el grueso del film insiste incomprensiblemente en lo mismo a costa de otros seis o siete descerebrados. Fin.
Nispel, que en la citada La Matanza de Texas y en El guía del desfiladero (2007) había sabido potenciar lo malsano y primario de los relatos que abordaba nuevamente (¡Viernes 13 es el tercer remake que dirige!), se pliega aquí a la asepsia consustancial a la saga revisitada, produciendo un tedio infinito. Habrá quien salve la planificación de algún asesinato, un detalle más sórdido o bestial de lo habitual, la mayor fisicidad de Jason, alguna reminiscencia de títulos más interesantes como La casa de los mil cadáveres (2003)… pero son chispazos que no salvan la película de su condición clónica, nulamente atrevida. Puestos a elegir, resultan preferibles a este Viernes 13 algunos de los previos, como el sexto o el décimo, que hacían gala de un carácter modestamente disparatado.
Una total pérdida de tiempo que no merece ni una palabra más.