Es difícil mantener el equilibrio entre lo maduro y lo plomizo, y 'Ghost Town' oscila entre uno y otro tono con más frecuencia de lo deseable
La distribuidora española de Ghost Town le ha hecho muy flaco favor a la película titulándola ¡Me ha caído el muerto!, como si nos hallásemos ante otro producto para adolescentes de los que se estrenan dos a la semana. En realidad su guionista y director, David Koepp, ha pretendido recuperar el espíritu –nunca mejor dicho- de tantas fábulas adultas de Hollywood en las que la presencia de espectros ha servido al propósito de indagar humorística o melodramáticamente en las cuitas sentimentales de los vivos. Un subgénero analizado en profundidad por Katherine Fowkes en su ensayo “Giving Up the Ghost”, y que han abrazado títulos tan populares como La muerte de vacaciones (1934), La pareja invisible (1937), Un espíritu burlón (1945), El fantasma y la señora Muir (1947), El cielo puede esperar (1978), Always (1986), Alice (1990) y Ojalá fuera cierto (2005), entre otros muchos.
Resulta cuanto menos curioso que Koepp, colaborador como escritor de cineastas tan megalomaniacos como Steven Spielberg (Parque Jurásico, La Guerra de los Mundos, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal), David Fincher (La Habitación del Pánico) o Brian De Palma (Atrapado por su Pasado, Ojos de Serpiente), haya seguido como autor absoluto un perfil por el contrario tan modesto, ceñido en tres de sus realizaciones a la intrusión sin demasiadas estridencias formales de lo sobrenatural en lo cotidiano: El último escalón (1999), La Ventana Secreta (2004) y, ahora, Ghost Town, no basan su pretensiones ni en los efectos visuales ni en los sustos gratuitos, sino en el desasosiego creado por unas situaciones insólitas que afectan hondamente a sus personajes desde el punto de vista psicológico.
Así le sucede al protagonista de Ghost Town, Bertram Pincus (interpretado por el cómico británico Ricky Gervais); un dentista cínico y egoísta que ha dado la espalda al mundo pero que, tras sufrir una operación quirúrgica de poca importancia, adquirirá la facultad de tratar con los muchos muertos que todavía habitan Nueva York esperando a poder resolver sus deudas pendientes con los vivos a quienes conocieron. Es difícil no pensar en la traumática impronta del 11-S a la vista del título original del film [Ciudad Fantasma], su ubicación geográfica y el tema que aborda. Pero Koepp no pasa en este aspecto del enunciado, y prefiere reformular la típica parábola sobre redenciones personales a cuenta de la ayuda que Pincus presta a uno de los fantasmas, Frank (Greg Kinnear), un adúltero que busca expresar desde el más allá a su dolida viuda Gwen (Téa Leoni) el amor que sentía por ella. En el proceso, Pincus recuperará unas cualidades humanas que había desterrado de sí hace años. Hay muertos, y hay muertos en vida. Y para los segundos todavía hay esperanza, parece decirnos Koepp.
La película se estructura, como buen remedo de comedia clásica, entre confusiones, enredos, secuencias alternativamente tiernas y jocosas, diálogos ocurrentes y sentidos, hasta llegar a la conclusión que se vaticinaba en sus primeros planos. No hay demasiadas sorpresas, y la dirección de Koepp no es tan fluida como para soslayar esa carencia. Falla el ritmo en lo que pretende ser una comedia chispeante y con cargas de profundidad, abocada en cambio a la grisura en demasiados momentos. Es muy difícil mantener el equilibrio entre lo maduro y lo plomizo, y Ghost Town oscila entre un tono y otro con más frecuencia de lo deseable. Por otra parte, la película cuenta con un aliciente que, a la postre, viene a constituir por contraste su mayor defecto: nos referimos a la presencia de Gervais, conocido por las series The Office y Extras. Gervais, tras algunos breves papeles en producciones norteamericanas, devora en su primer rol estelar a sus compañeros de reparto, Kinnear y Leoni, merced a su humor sangrante, políticamente incorrecto, que acaba por ser extemporáneo.
Estas circunstancias, sumadas a la estupidez ya señalada del título en castellano y a la peculiar coyuntura actual de la exhibición cinematográfica, hacen de Ghost Town un auténtico platillo volante que posiblemente logrará, a través de su edición en DVD y sucesivas emisiones televisivas, ese escurridizo estatus de película de culto que no va a procurarle su paso, intuimos fugaz, por la cartelera.